>Quiénes somos>Los camagüeyanos>Jorge González Allué, su Amorosa guajira y algo más
Adalberto Afonso,
para Camagüeyanos por el Mundo.
Madrid, octubre de 2003.
Fui muy amigo de Jorge González Allué y de su familia. Por si algunos no lo saben, fue un excelente poeta. Su más famoso y jocoso poema es la estampa folklórica Los quince de Florita, popularizado por el declamador Luis Carbonell y que siempre ha gustado y seguirá gustando.
Su obra consta de canciones y de música para piano; parte de esa obra fue premiada en concursos nacionales, pero muy poca fue publicada o editada en discos, por lo que permanece casi completamente inédita. En la década de los años 70, se estrenó con muchísimo éxito su zarzuela La leyenda del agua de tinajón, con música y libreto suyos. Se hicieron gestiones para grabarla en discos, pero no se pudo lograr por el pretexto de dificultades económicas de Cultura.
Su obra musical completa, sus archivos, fotografías y cartas autógrafas de él y de grandes personalidades con las que tuvo estrecho contacto (Roig, Guillén, Lecuona, Rita Montaner, Bola de Nieve, Adolfo Guzmán, Rodrigo Prats, Esther Borja, Luis Carbonell, Sara Escarpenter, etc.) y todas las grabaciones de su obra, conocidas por él, están en el archivo del departamento de música de la biblioteca provincial de Camagüey, ubicada en lo que fue el Liceo, frente al Parque Agramonte.
En vida se le publicaron varias entrevistas, así como una buena biografía, de una docena de páginas, con muchas fotos y algunas partituras en la revista Signos de Santa Clara. Se le filmaron algunos videos en sus últimos años. Su último biógrafo ha sido el periodista Oscar Viñas Ortiz, quien reside en Camagüey, y quien lo entrevistó durante algún tiempo.
Quiero dejar constancia de que recibió muchas condecoraciones y honores por su obra, pero pasaban hambre él y su familia, pues la ridícula pensión que le pagaban malamente le permitía adquirir alimentos y mucho menos comprar en bolsa negra. Siempre mantuvimos mucho contacto, pues yo residía en Camagüey. Cuando lo visité para despedirme, al marcharme de Cuba, habían empeorado sus condiciones: su famosa "cochera", donde estaba su estudio-museo y que amenazaba derrumbe, ya se había desplomado; el viejo refrigerador y el televisor, ambos descompuestos desde hacía años, no tenían arreglo y su anciana esposa cocinaba, agachada, delante de un improvisado fogón de carbón. Su única hija, María del Pilar, madre soltera, trabajaba de maestra con un mísero sueldo para atender a tres niños menores de seis años. Era espeluznante ver cómo todos se deterioraban física y moralmente mientras el gobierno no les ofrecía ninguna ayuda, ni siquiera la de la reparación de parte de su vieja casona de La Vigía ni de algunos necesarios equipos electrodomésticos, o alguna ración de alimentos extra (como sí recibían y reciben jerarcas del PCC, el ejército y el Ministerio del Interior). Sólo homenajes, condecoraciones, diplomas, pero ni un poco de dinero. ¡Ah!, y lo más trágico: su Amorosa guajira o Guajira sentimental le fue comprada por una editorial de Estados Unidos a principios de los años 40 y nunca, ¡nunca!, recibió derechos de autor por las grabaciones en el extranjero. Y los derechos de autor que cobraba en Cuba eran poquísimos. Por su poema Los quince de Florita, tan publicado y difundido, ¡nunca cobró derechos!, pues se le argumentaba que debía estar impreso en una colección de poemas suyos y nunca pudo publicar un libro. Él escribió el poema pensando en que pudiese gustarle a Luis Carbonell. Se lo regaló y Carbonell lo dio conocer. A Carbonell le pagaban por recitarlo y a González Allué nunca le pagaron por haberlo escrito. Son cosas que suceden en cualquier parte... y, por supuesto, también en Cuba.
Y algo más: su piano, el piano que tuvo toda su vida, desde niño, dejó de ser su necesario e inseparable compañero por el comején, la carcoma, la falta de cuerdas y por no poseer el dinero necesario para hacerlo reparar por algún afinador particular, pues el Ministerio de Cultura no se lo facilitó gratuitamente, a pesar de solicitarlo. A veces no conseguía los medicamentos que necesitaba su fatigado corazón, ya que no llegaban a las farmacias en la cantidad necesaria para toda la población y sólo podía conseguirlos gracias a excelentes amigos, como el Dr. Víctor Romero Sóñora, quien siempre cuidó de él, logrando internarlo en el Hospital Amalia Simoni de vez en cuando, para hacerle "chequeos", cuando la realidad era para que se alimentase un poquito mejor y estuviese más aseado. (Esto puede molestar la susceptibilidad de alguno, pero la historia debe ser lo más verídica posible, aunque fastidie.)
En su archivo completo –guardado en el departamento de Música de la biblioteca provincial de Camagüey– también hay una extensa autobiografía suya, en la cual no expuso realidades de su vida más íntima que sí ha contado al Sr. Oscar Viñas Ortiz. Realidades que lo marginaban por no reunir todas las condiciones machistas o revolucionarias. El anecdotario sobre personajes de la cultura y la farándula cubanas de distintas épocas, que con su gracejo y chispeante humor narraba González Allué, hubiera servido para hilarante complemento de las biografías de ilustres y no tan ilustres (pero famosos) personajes cubanos.
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