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>Quiénes somos>Los camagüeyanos>El Bayardo, un apelativo legendario
Emilio A. Cosío R.,
para Camagüeyanos por el Mundo.
Septiembre, 2002.

"Es evidente que a la Historia hay que incorporar la emoción de la época.
La exposición de los hechos, sin la sustancia medular de las circunstancias
que aconsejaron determinadas actitudes, nos puede enseñar una trayectoria o
una vida, pero no nos sirve para formar un juicio definitivo del ambiente
que rodea a un gran hombre y que lo moldea de un modo práctico, enérgico,
romántico o sentimental."

Carlos Márquez Sterling


Bayardo

Nació en Francia. Recorrió Europa como paradigma del héroe inmaculado. Mereció el respeto y la admiración de reyes, emperadores y labriegos. Duerme un letargo de tres siglos y reaparece en la persona de un héroe cubano: un apelativo legendario.

Transcurre la década de los años setenta del siglo XV en la Francia del ocaso de la Edad Media. Es una época de transición en la que se enfrentan los principios, creencias y costumbres que conforman los valores morales e ideales del romántico periodo caballeresco medieval con el pragmático racionalismo y el individualismo de una nueva época que se conocería como el Renacimiento. Nuevos conceptos filosóficos y modos de mirar la vida que desde la península italiana vienen imponiéndose: incursionan en las artes, en las ciencias, en los principios religiosos y en las costumbres más arraigadas. Cambios que encuentran la más tenaz resistencia en la Francia ancestral y romántica, con sus tradiciones del caballero hidalgo y heroico, exponente y garante de esos valores: defensor de la fe de Cristo, de su rey o señor, de la mujer y del desvalido. Ejemplo del honor, la lealtad, el valor y la hidalguía. Mantenedor a ultranza de los privilegios de la nobleza.

Es en este periodo del Medioevo ya agonizante en el que se desarrollan los hechos objeto de esta reseña histórica y en el que tiene lugar el nacimiento y formación de uno de los héroes más formidables que recuerda la Historia, y que siglos después dejará su marca en el Camagüey legendario; en una pequeña isla del mar Caribe que todavía no sabe Europa que existe.

El caballero sin miedo y sin tacha

Bastión de la resistencia al Renacimiento es la región del sureste francés conocida como el Delfinado(1). En él se encuentra el valle de Graisvaudam con sus altas montañas, torres almenadas que la vigilan y protegen de intromisiones extrañas. Y es su baluarte, como un símbolo, el castillo de Bayard, situado a treinta kilómetros de la ciudad de Grenoble.

Por eso, fieles a sus centenarias tradiciones, festejan con orgullo el señor del castillo, Aymón du Terrail y su mujer Hèlene Allèman el nacimiento, aproximadamente en el año 1474, de un niño que es su primogénito. Acontecimiento muy importante porque este niño representa la continuación del linaje familiar: será algún día señor del castillo y llevará sobre sus hombros la responsabilidad de llamarse Pierre du Terrail, como su abuelo, al que llamaban La Espada du Terrail. Este abuelo suyo, como era tradición familiar, había muerto en combate, igual que todos sus antepasados durante siglos antes que él. Honor éste que las veleidades de la guerra habían escatimado a su hijo Aymón, quien aunque lleno de gloriosas acciones guerreras, no había muerto en el campo del honor, sino que solamente había resultado lisiado de por vida.

Por eso está Aymón du Terrail feliz cuando sueña que este niño de profundos ojos negros será algún día un héroe en el campo de batalla y reivindicará su nombre defendiendo esos valores que le son tan caros, y que él, Aymón, se encargará de sembrar bien profundo en su alma. Y ara en terreno fértil. El niño, como una esponja, lo absorbe todo. Y acosa a su padre con preguntas sobre sus antepasados, hasta que en las largas veladas, junto al fuego del Gran Salón, se extingue cada noche la última llama.

Pasan rápido esos primeros años y no está lejano el día en que verá el padre partir al hijo para, como es costumbre, ir como paje a otro castillo al servicio de una casa noble, en donde deberá iniciarse en los usos de las armas y en las maneras sociales que se requieren de los de la casta noble a la que pertenece.

Ese día llega el 8 de abril del año 1486. Está convenido que vaya Pierre a servir al duque Carlos I de Saboya (cuyos descendientes serán algún día reyes de una Italia ya unida). Con las primeras luces del amanecer, lleno de orgullo, ve el viejo caballero partir a su caballerito de 12 años: jinete en brioso corcel, espigado y fuerte, adusto el rostro, dueño de los sueños de grandeza que su padre le ha inculcado, orgulloso de su genealogía, de las raíces que le dieron vida, del ambiente lleno de tradiciones de su querido valle. Ese valle lleno de leyendas de caballeros medievales esperando por él para que forme parte de ellas. Con su partida presiente Aymón el comienzo de la realización de sus sueños.

El tiempo se encargaría de probar que no fueron éstos infundados, aunque jamás hubiera podido imaginar el padre las cumbres de gloria que escalaría aquel vástago suyo. Menos imaginó el caballero que su castillo de Bayard -tan sin pretensiones- daría origen a un sobrenombre que inmortalizaría la Historia como sinónimo de honor, de valor y de todas aquellas virtudes que engrandecen y ennoblecen al hombre. Ni menos aún que su fama trascendería no sólo las fronteras de su suelo natal, sino la de los siglos, para resurgir en una tierra desconocida en donde su apellido se aplicaría a otro gran hombre, también un "caballero sin miedo y sin tacha".

Han pasado varios años desde el día en que partiera Pierre du Terrail a servir de paje en la corte del Duque de Saboya (entre Francia, Borgoña, Lombardía y los cantones suizos). No pasarían muchos más sin que comenzara a hablarse de las hazañas de un joven y desconocido guerrero francés. Y son tantas y tan extraordinarias las que recoge la Historia, que excedería con mucho el limitado marco y el propósito de esta reseña el intentar siquiera enumerarlas. Existe, sin embargo, una extensa bibliografía con obras de valiosos historiadores de diferentes épocas que exploran la vida de Bayardo de manera exhaustiva, en las que es el común denominador el reconocimiento de las virtudes y atributos personales que le distinguieron, y que se sintetizan en su valor a toda prueba y en su conducta libre de toda mancha.

Fueron estos aspectos de su personalidad dos constantes. Y lo fueron lo mismo en el triunfo que en el desastre, "esos dos farsantes", como les llamara Kipling; pero que constituyen, sin embargo, las dos pruebas más difíciles a las que puede someterse el carácter del hombre. Y no faltaron a Pierre du Terrail oportunidades de confrontar a ambos, tanto en los altibajos de la fortuna en la guerra, como en el acontecer diario de su azarosa vida: ocasiones en las que salió siempre vencedor, engrandeciéndose en el triunfo con su natural magnanimidad y derrotando al desastre con su dignidad.

Increíble y legendario es su arrojo en el combate. Así, relata su biógrafo Jacques de Mailles (The Loyal Servant), que persigue en Milán a las tropas en desbandada del Duque de Milán, Ludovico Sforza (Luis El Moro), las que buscan refugio en la ciudad amurallada. Y lo hace con tan ciego fervor, que queda con ellas encerrado adentro... ¡y cae prisionero de sus perseguidos! Hay sin embargo un caballero en el Duque, quien admirado de tanto valor, lo pone en libertad sin exigir siquiera el acostumbrado rescate. [S. Shellabarger sitúa este hecho como ocurrido en la fortaleza de Vigevano (Le Chevalier Bayard).]

En otra ocasión lo encontramos en la famosa batalla de Marignano en Italia, que libra el Rey Francisco I contra los auxiliares del Duque de Milán y las hasta entonces invictas tropas suizas. Batalla tan feroz que pasaría a la Historia como la Batalla de los Gigantes. Y son las hazañas de Pierre du Terrail decisivas en el triunfo de su señor, "El Rey Caballero", quien lleno de orgullo por tan grande victoria lo nombra Primer Caballero de la Nación, a la vez que se hace él armar caballero en el campo de batalla por su súbdito, el Primer Caballero du Terrail. Se hinca el rey de rodillas ante él y se efectúa la ordenación con su espada, a la que luego besa al mismo tiempo que jura no blandirla jamás en forma indigna.

Con la victoria de Mezieres, en septiembre de 1521, alcanza du Terrail la cima de su gloria militar. Esta victoria salvó al reino de Francia de la invasión y ocupación de la nación por las fuerzas del Emperador Carlos V. Traducimos de Shellabarger: "... un nombre en los labios de todos, un libertador nacional. Durante el sitio de Mezieres es leyenda que él no tocó un pedazo de pan ni bebió vino por quince días. Se compusieron canciones en su honor. Recibido por el rey en Fervaques, le ordenó éste Caballero de la Orden de San Miguel, una gran distinción en esa época; le dió el mando de cien lanceros y le nombró Capitán en Jefe, posición reservada hasta entonces a los príncipes de sangre real".

Pero no daría esta reseña una justa perspectiva de este hombre excepcional si no mencionara algunos de los rasgos personales que ennoblecieron su vida. En una época en la que el saqueo seguía siempre a la victoria; en la que el pueblo que osaba resistir era inexorablemente pasado a cuchillo, sin excluir niños, ancianos, enfermos ni mujeres, a las que además invariablemente violaban; en la que el degüello y el despojo de los guerreros caídos era la costumbre y el derecho de los vencedores, el caballero du Terrail no comulgó con tales prácticas, y las impidió siempre que estuvo a su alcance el poder hacerlo.

Se encuentra con su aliado el Duque d'Este en una difícil situación militar frente a las tropas del Papa Julio II. Le propone el duque el asesinato del Pontífice, el cual estaba ya arreglado. Se niega a ello incrédulo e indignado du Terrail, e impide la cobarde consumación del hecho. No era esa la forma en que lograba él sus victorias.

No le tienta el dinero producto del saqueo, a pesar de que no era rico. Hubiera podido hacerse de fortunas inmensas. Pasa en todos los aspectos incólume la prueba del abuso del poder, incluyendo el abuso de la mujer, a pesar de que no fue ajeno a numerosas aventuras amorosas. Así, devuelve a su hogar, sin mancillarla, a una pobre joven que le han traído vendida por su madre hambrienta, dándole además una dote para sus bodas. Y aunque recrimina duramente a la madre, la ayuda igualmente con sus fondos, nunca muy abundantes. Es evidente que no fue únicamente el valor lo que situó a este hombre magnífico en la cumbre de la posteridad.

Basten estos pocos episodios para constatar las dotes excepcionales y el valor de este soldado y caballero ejemplar, que un día infausto del año 1524, un 30 de abril, durante la campaña de Lombardía en el Piamonte italiano, en una pequeña batalla cerca de Ivrea (Turín), cae mortalmente herido en un barranco del río Sesia por una pedrada disparada por un arcabuz, que, como una doble ironía, le hiere por la espalda mientras dirigía una retirada, la Retirada de Gattinara. ¡A él, que no sabe de retiradas y que ha ofrecido tantas veces el pecho al enemigo! (A esta retirada se vió forzado al recibir el mando de su incompetente jefe, el Mariscal Bonnivet, quien derrotado abandona el campo de batalla.)

Herido de muerte, su espíritu aún intacto lega a la posteridad dos ejemplos más de su grandeza: lo recogen sus compañeros de armas y lo recuestan a la sombra de un árbol. Ante el enemigo que avanza ordena que lo abandonen para no caer prisioneros; no sin antes pedirles, casi a punto de expirar, que le sitúen la cabeza en posición tal que pueda mirar de frente al enemigo que se acerca. Y llega al fin el enemigo junto al moribundo. Son las tropas españolas del emperador Carlos V, con las que llega también el duque Carlos de Borbón, Condestable de Francia: viejo amigo que se ha pasado a las armas del Emperador. El momento es solemne y rinden los vencedores el tributo de su mayor respeto al héroe que expira, acercándose el Condestable al héroe caído con palabras de conmiseración. Y es en este último momento donde alcanza la verdadera cima de su gloria este hombre de leyenda; con la respuesta famosa que recogerá la Historia para imprimirla en la página de los inmortales: "Os agradezco, señor, la compasión que por mí mostráis, pero no es a mí a quien hay que compadecer aquí, a mí que muero sirviendo a mi rey, sino a vos, que hacéis armas contra vuestro soberano, vuestra patria y vuestro juramento". Pide entonces que le coloquen su espada sobre el pecho, confiesa sus pecados a su escudero Sinforiano Champier y nace para la Historia, como una epopeya, la leyenda de Bayardo; nombre que había elevado a la dignidad de símbolo del valor y la conducta inmaculada y al que honrarían por igual amigos y enemigos; privilegio éste reservado sólo a la grandeza. Ha terminado la epopeya de Bayardo. Comienza su leyenda.

El Bayardo del Camagüey

Pasarán tres siglos desde la muerte de Bayardo en 1524 hasta el día en que -como el Ave Fénix que renace de entre las cenizas negándose a morir- viene al mundo un niño a quien llamaría la Historia El Bayardo. El día es el 23 de diciembre. El año, 1841. Este niño vivirá una epopeya de gloria que será legendaria. Recibirá en la pila del bautismo el nombre de Ignacio y heredará apellidos de viejo abolengo: Agramonte y Loynaz.

El nacimiento ocurre en la somnolienta, tradicionalista y conservadora villa de Santa María del Puerto del Príncipe
(2), fundada por los españoles en el año 1514 -diez años antes de Gattinara- en una isla del Mar Caribe llamada al principio Juana por sus descubridores y a la que más tarde, convertidos éstos ya en amos prepotentes, llamarían La Siempre Fidelísima Isla de Cuba, expresión que conllevaba una humillante connotación de vasallaje y servidumbre. No escapó esta circunstancia a la fina sensibilidad del Bayardo camagüeyano, quien la consideró una afrenta a su condición de cubano y de hombre digno.

Este niño, nacido en lecho de plumas, profundamente civilista y educado en las aulas del Derecho, cambiaría un día su toga por el machete mambí en rebeldía contra ese coloniaje ultrajante. Y a pesar de detestar la guerra, blandirá su arma criolla con tal fervor patriótico que causará pavor al enemigo. Y si fue el machete en sus manos un arma demoledora, lo fue aún más la solidez de los principios y convicciones que supo infundir en sus hombres, a quienes convierte en una verdadera legión de centauros: hombres hambrientos en ocasiones y desprovistos de armas muchas veces, pero que combaten siempre como aprendieran de su jefe: con la vergüenza.

Representan ambos Bayardos dos épocas, dos mundos diferentes. Pasa el Bayardo francés a la posteridad defendiendo los valores del feudalismo, los privilegios, el honor del noble de nacimiento. Valores que son legítimos en la sociedad del siglo XV; pero que son, sin embargo, antagónicos a aquellos valores que, tres siglos después, representarán los ideales que defenderá el Bayardo camagüeyano hasta su muerte y que, resumidos en los conceptos de la libertad y la dignidad del hombre, no penetrarían la conciencia del pueblo francés hasta el advenimiento de la Revolución Francesa en el año de 1789.

No ha sido nuestro propósito en este breve trabajo realizar un análisis comparativo entre ambos Bayardos; sino incursionar en las circunstancias históricas que dieron lugar al sobrenombre de El Bayardo, con vistas a establecer la justificación de su vinculación a la persona del Mártir de Jimagüayú y contribuir a su divulgación.

Todo nombre que trasciende alude a características, a hechos, a aspectos inherentes a las personas que lo comparten. Bayardo -Pierre du Terrail-, y el Mayor Ignacio Agramonte ratifican su calidad de símbolos que representan las virtudes y la gloria del caballero intachable. De ahí la necesidad de explorar un tanto la historia de ambos, abarcando no sólo el aspecto militar de sus vidas, sino -más importante aún- también su formación desde la cuna y sus cualidades morales y humanas.

Una síntesis de estos atributos comunes la encontramos en el valor y en la conducta de caballero sin miedo y sin tacha que observamos tanto en Agramonte como en el Bayardo francés. Atributos que, al ser poseídos igualmente por Bayardo y por nuestro Mayor Ignacio Agramonte, justifican plenamente la simbiosis histórica con la que se honra recíprocamente a ambos héroes
(3).

Es común que ante la admiración que suscita la conducta heroica neguemos en ocasiones la consideración debida a la causa que la provoca, que es donde reside el mérito de aquélla y la que ha de proporcionar, por tanto, los elementos de juicio necesarios para la valoración del personaje histórico. El simple valor, en acción carente de justificación moral, deviene en instrumento de las miserias humanas. Se enaltece éste sólo cuando va acompañado de motivaciones dignas. ¡Qué llena está la Historia de actos de coraje increíble que sólo sirvieron para inmortalizar la ignominia!

De ahí que concluyamos que si imperecedero será siempre el recuerdo del valor personal de ambos héroes, fue la conducta noble, limpia de impurezas bastardas, la que, hermanándolos, elevó a estos hombres de leyenda al pedestal de los grandes de la Historia. Recordaremos siempre a los Bayardos como ejemplos de dignidad y valor.

Finalmente, apuntamos cómo en ambos Bayardos se confirma el hecho de que condiciones geográficas, sociales o ambientales con características parecidas, producen hombres con marcadas semejanzas de carácter que influyen muchas veces en un paralelismo de sus vidas. Tanto el Caballero du Terrail como el Mayor Agramonte fueron producto de sociedades con arraigadas tradiciones familiares y estrictos códigos de conducta. Adornó a ambos un definido sentido del ideal, del deber y de lo heroico, que bebieron en la fuente de su ambiente aislado y vinculado a la tierra. Ambiente que, como bien señala el Dr. Carlos Márquez Sterling, "forma hombres de carácter valiente, generoso y noble" (Ignacio Agramonte: El Bayardo de la Revolución Cubana). Rasgos éstos que encontramos tanto en el hijo del Valle de Graisvaudam como en el lugareño del Tínima.

Suele la Historia ser rica en coincidencias. Y no están exentas de ellas estas dos vidas excepcionales. Fue la caballería el arma de ambos. Caen combatiendo al mismo enemigo, tropas españolas, con diferencia de tres siglos. Y son similarmente heridos en escaramuzas en las que no se encuentran personalmente enfrascados. El francés, en los momentos en que se retira ordenadamente del Campo de Gattinara. El camagüeyano, según lo establece el Dr. Juan J. Casasús (Jalones de Gloria Mambisa), al atravesar el potrero de Jimagüayú -cuyo nombre inmortalizara- para unirse a su caballería; instantes en que es alcanzado por una bala del enemigo emboscado al que no había visto. Por último, ocurre la trágica coincidencia de sus capturas por el enemigo. El uno ya fallecido. El otro a punto de expirar.

Aunque debatible, pudiera hallarse una similitud en el tratamiento dado por los españoles a ambos cadáveres. Rindieron éstos toda clase de honores al Bayardo francés. Y en el caso del Bayardo camagüeyano, si bien no le rindieron honores, no permitieron sin embargo la profanación del cadáver por la chusma enardecida que reclamaba su entrega; sino que fue depositado en el convento de San Juan de Dios, en el que fue piadosamente aseado por los padres Martínez y Olallo. Es, no obstante, discutido el hecho de la cremación y el esparcimiento de sus cenizas al viento. La cremación, por no ser ésta aceptada por la Iglesia en aquel tiempo, le negaba cristiana sepultura. Mucho menos justificable lo fue el esparcimiento de sus cenizas. Medidas éstas que defendió España como necesarias para evitar el probable desenterramiento y profanación del cadáver o de sus cenizas por la plebe. Argumento muy discutible, repetimos, y por tanto por siempre polémico.

Preferimos nosotros adherirnos a la tesis de aquellos versos que de niños aprendimos en la escuela:

Y su cadáver augusto
quemaron en Camagüey,
¡porque el muerto daba susto
a los soldados del rey!


_____________

(1) Delfinado: Antigua provincia de Francia. Capital: Grenoble. Forma hoy los departamentos de Altos Alpes, Isère y Dròme.

(2) La Villa de Santa María del Puerto del Príncipe fue fundada en el año 1514 en Punta del Guincho, Nuevitas. En 1516 fue trasladada al lugar indio de Caonao. Por último, en 1538, fue una vez más reubicada en su actual localización en el cacicazgo de Camagüey (del cacique Camagüebax).

(3) Pensamos que puede haberlo originado el Dr. Carlos Márquez Sterling con su obra "Ignacio Agramonte: El Bayardo de la Revolución Cubana", pero no hemos podido corroborarlo.

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