>Quiénes somos>Los camagüeyanos>La Bala de Ébano
Adalberto Afonso.
Camagüey, agosto de 1991.
Los oncenos Juegos Panamericanos, efectuados en Cuba en el mes de agosto de 1991, coincidieron con los cuarenta años de la primera celebración de ese importante evento deportivo en Buenos Aires, Argentina, que tuvieron lugar del 25 de febrero al 8 de marzo de 1951. En aquella ocasión, el deportista que más se destacó fue un humilde obrero negro, nacido en la ciudad cubana de Camagüey, que mereció ser considerado, durante muchos años, el mejor velocista de Latinoamérica. Recordemos a quien fue llamado la Bala de Ébano: Rafael Emilio Fortún Chacón.
Nació en la casa número setenta y tres (que ya no existe) de la calle Estrada Palma, entre Rosario y Palma (actualmente calle Ignacio Agramonte, entre Enrique Villuendas y Angel Giró Betancourt), en la ciudad de Camagüey, el cinco de agosto de mil novecientos diecinueve. Hijo de Rafael Fortún y de Francisca Chacón. Fue bautizado en la Catedral, el 14 de mayo de 1923, por el Pbro. Manuel Alonso Sotomayor y confirmado en la iglesia de San Juan de Dios, el 10 de enero de 1932, por el Obispo Monseñor Enrique Pérez Serantes.
Criado en modesto hogar, con los mejores ejemplos de urbanidad y de las enseñanzas de la religión católica, se formó una personalidad que le permitía ganar muchos excelentes amigos entre personas de disímiles condiciones de raza, cultura y posición social. Siempre correcto, sencillo y afable, rehuía la polémica irritante y sabía derrotar con su hombría de bien y su amplia sonrisa. Cursó estudios hasta concluir el Bachillerato y el segundo año de la carrera de Derecho; adquirió una variada cultura autodidacta, pues su poco tiempo libre procuraba emplearlo en instruirse. De joven, quiso aprender el oficio de tipógrafo y de linotipista en la imprenta del periodista Abelardo Chapellí, en la calle General Gómez, pero el forzoso sedentarismo de esa labor no congeniaba con su natural disposición hacia todo tipo de actividad deportiva.
Quiso hacerse boxeador, pero su madre se oponía a ello, de tal modo, que cada vez que iba a entrenarse en un gimnasio del reparto La Vigía, ella iba a buscarlo y lo obligaba a marcharse de allí.
Su primera competencia fue en un field day en Camagüey, en 1941, representando a la Hermandad de Jóvenes Cubanos en salto de altura. En una ocasión, logró empatar con Casanova, el recordista cubano de salto. En 1944, en San Juan de Puerto Rico, clasificó con un salto de seis pies. A su regreso, decidió convertirse en corredor de distancias cortas, atendiendo a sugerencias de varios expertos en deportes.
Se entrenaba, corriendo descalzo, en el Casino Campestre y sus alrededores. El sacerdote escolapio Pedro Jaime Massaguer le regaló los primeros zapatos de carrera que tuvo Rafael. Fue dándose a conocer en justas convocadas por la Organización Deportiva de Cuba, así como en el primer festival en memoria de Barrientos, efectuado en 1946. En diciembre de ese año, participó en el equipo cubano de atletismo en los quintos Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, en Barranquilla, Colombia. Para admiración general, estableció récords de velocidad en 100 metros planos (10.4 segundos), 200 metros planos (21.6 segundos), ganando dos medallas de oro, así como una de plata en la carrera de relevo de 4x100 metros.
En 1949 compitió triunfalmente en la isla de Trinidad y a su regreso por Puerto Rico, recibió proposiciones para quedarse en ese país, que, desde entonces, sería para él lugar de buenos amigos.
En los sextos Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, efectuados en Guatemala durante los meses de febrero y marzo de 1950, superó su velocidad anterior al correr los 100 metros planos (10.3 segundos), ganando medalla de oro, además de medallas de plata en 200 metros y de oro en la carrera de relevo de 4x100.
En marzo de 1954, en los séptimos Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, celebrados en Ciudad de México, no compitió en 200 metros por haberse lastimado una pierna, pero ganó medalla de oro en 100 metros planos (10.5 segundos) y medalla de plata en carrera de relevo de 4x100 metros. Tenía 35 años de edad, cuando fue declarado Triple Campeón Centroamericano y del Caribe, con edad bastante avanzada para un deportista triunfador en cualquiera de esas difíciles modalidades.
Antes de ese tercer triunfo en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, había participado exitosamente en las Olimpiadas de Londres de 1948, donde llegó a semifinales. En 1952, también participó en las Olimpiadas de Helsinki, donde igualmente llegó a semifinales. En los meses de febrero y marzo de 1951, fue la estrella del atletismo en los primeros Juegos Panamericanos, en Argentina, al ganar las preseas de oro de 100 y 200 metros planos y la de plata en la carrera de relevo de 4x100 metros.
Dos semanas antes de su viaje a Buenos Aires, había quedado cesante de su modesto puesto de listero en el Ministerio de Obras Públicas. En su viaje de regreso a Cuba, a su paso por San Juan de Puerto Rico, pensó quedarse definitivamente en la isla borinqueña, pues allí le ofrecían ventajosas oportunidades como una beca para cursar estudios universitarios de ingeniero mecánico o como profesor de Educación Física, con alojamiento, ropa y ayuda económica, y un buen contrato para participar en algunos eventos deportivos. Pero muy apegado como era a su familia, quiso venir antes a Cuba a consultarlo con sus hermanos. Al llegar a La Habana, supo que la irritada opinión pública y la prensa habían forzado al ministro de Obras Públicas a declarar que había sido un error su cesantía, y que se lo ubicaría en un cargo mejor remunerado, el de inspector, con un salario de $6.56 al día. Rafael Fortún decidió permanecer en su país.
Considerado el mejor corredor de distancias cortas en América, se mantuvo como señor y dueño absoluto de las carreras de 100 y 200 metros planos durante ocho años, de 1946 a 1954. Su récord nacional de 100 metros planos en 10 segundos y 3 décimas lo mantuvo de 1950 a 1960, y el de 200 metros planos con 21 segundos y dos décimas, de 1951 a 1965 (¡catorce años!), cuando logró mejorarlos el también cubano Enrique Figuerola.
Titulado de Profesor de Educación Física, después de la revolución, era entrenador en la selección nacional cubana, labor que doblaba con las de juez o auxiliar de arrancada en certámenes nacionales e internacionales. Sus experiencias las transmitió a conocidos valores del atletismo cubano como Enrique Figuerola, Miguelina Cobián, Alberto Juantorena, Silvio Leonard y muchos otros.
Su tía Josefina (Pepa) Chacón Noriega nos informa que Rafael Emilio no dejaba de asistir a misa adonde quiera que viajase y que siempre tuvo buena amistad con sacerdotes y comunidades religiosas de Puerto Rico, Santo Domingo, México, Venezuela y Panamá. “Era un católico 100%”, asegura orgullosa. Lo unía una gran amistad con sacerdotes salesianos. Sus retiros espirituales los realizaba en la iglesia de María Auxiliadora, en La Habana, o con los salesianos de Santa Clara.
Se encontraba Rafael Fortún integrado al Comité de preparación de los décimocuartos Juegos Centroamericanos y del Caribe –que deberían efectuarse en Cuba a partir del 7 de agosto de 1982-, cuando se sintió muy enfermo, con pertinaces dolores de cabeza y fuertes mareos. Vino a Camagüey y se le ingresó en el hospital provincial Manuel Ascunce Domenech con una hemiplejía. Fue intervenido quirúrgicamente al diagnosticársele una tumoración cerebral, la cual no pudo ser extirpada por su gran extensión. Entre los muchos amigos que lo visitaron en su lecho de enfermo, durante los cuarenta y tres días que estuvo ingresado, estaba su amigo de siempre Pepito García, sacerdote de la Iglesia de la Caridad. Con él acostumbraba confesarse y recibir la Eucaristía, siempre que visitaba su ciudad natal. A su ayuda espiritual confió sus últimas semanas de vida.
La aparente mejoría que se observó durante unos días después de su operación, fue seguida de distintas complicaciones, que ocasionaron su fallecimiento, en el hospital, el veintidós de junio de 1982. Su velorio y su entierro constituyeron una inmensa demostración de duelo popular. Representaciones gubernamentales, en todos sus niveles jerárquicos, manifestaron su condolencia en innumerables coronas, cojines y ramilletes de flores. Cuando el carro fúnebre fue a hacer su entrada a la centenaria necrópolis camagüeyana, dos sacerdotes se adelantaron al cortejo y rezaron el responso por la paz eterna del gran hombre que desaparecía y estuvieron, con sus oraciones, hasta que la bóveda se cerró, separándolo del mundo de los que quedaban para recordarlo siempre -pública o íntimamente- como atleta excepcional y como valioso ejemplo de hombre sencillo y honesto, que siempre demostró una fidelidad firme, a toda prueba, a su familia, a su Patria y a su Iglesia.
Camagüey, 10 de agosto de 1991.
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Artículo publicado en la revista Enfoque. Diócesis de Camagüey. Jul-Ago-Set de 1991. Año XI, Nº 38. Pág. 1.
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