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>Quiénes somos>Los camagüeyanos>Ignacio Agramonte y Loynaz
Frank de Varona.
Junio, 2000.
Cortesía del Municipio de Camagüey en el Exilio.

El alma de la Revolución y la primera y más distinguida figura militar de la Guerra de los Diez Años fue Ignacio Agramonte y Loynaz, quien nació en Puerto Príncipe el 23 de diciembre de 1841 y murió en combate en el potrero camagüeyano de Jimaguayú el 11 de mayo de 1873. [Nota del autor: Conocí este lugar, ya que estaba a poca distancia de la finca de mi padre, El Corral.]

El futuro Bayardo de la Revolución descendía de una familia antigua y culta dedicada a las leyes y al servicio público. Su padre Ignacio Agramonte y Sánchez ejerció como abogado y fue Regidor del Ayuntamiento. Su tío abuelo, también llamado Ignacio Agramonte, fue un abogado de prestigio quien sirvió de Alcalde y colaboró con El Lugareño en la construcción del ferrocarril de Camagüey a Nuevitas.

A los nueve años de edad el joven Ignacio vio en la sabana de Arroyo Méndez los cuerpos inertes de Joaquín de Agüero, Miguel Benavides, Augusto Arango, Tomás Betancourt y otros patriotas fusilados por los españoles en 1851. Este suceso conmovió a todo Camagüey, y sin duda, hizo a Agramonte despreciar la tiranía que España ejercía sobre los cubanos y querer la libertad y la justicia para su patria.

Su familia lo envió a estudiar a Barcelona a los 11 años y tres años después lo trasladaron a La Habana, al famoso colegio El Salvador de don José de la Luz y Caballero. Allí hizo amistad con Manuel Sanguily y Antonio Zambrana. Este último sería su mejor amigo y gran colaborador en la redacción de la Constitución de Guáimaro. Pasó a la universidad a estudiar la carrera de Derecho y llevó una intensa vida intelectual participando en tertulias. Desde temprano aprendió el manejo de las armas y sobre todo fue excelente en la esgrima. Alcanzó seis pies y dos pulgadas de estatura y era delgado, pero erecto y fuerte. Su biógrafo Carlos Márquez Sterling (1936) lo describe como:

Sereno y reflexivo menos cuando cree su dignidad o su honor ofendidos. Modesto y sencillo, enemigo de la vanidad, la mentira y el engaño, inflexible contra el desorden y el vicio, valiente hasta la temeridad. Honrado en todos los instantes de la vida. Era un hombre tallado en roca.

 Agramonte

Es por eso que Agramonte luchó y fue herido en varios duelos durante su juventud, cuando su dignidad o su honor fueron atacados.

Fue Agramonte un estudiante brillante, de sobresaliente en todas sus asignaturas. Se distinguió como orador y con gran valentía pronunció discursos en contra de la dominación española de la isla y en defensa de los derechos humanos. Agramonte expresó en uno de ellos:

La ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos.

En otra ocasión dijo:

Tres leyes del espíritu humano encontramos en la conciencia: la de pensar, la de hablar y la de obrar. A estas leyes para observarlas corresponden otros tantos derechos, como ya he dicho, imprescriptibles e indispensables para el desarrollo completo del hombre y la sociedad.

En 1862, seis años antes del estallido revolucionario en Yara, Agramonte proféticamente pronunció un discurso que tiene vigencia en la Cuba actual. Con gran énfasis proclamó:

... el Gobierno que con una centralización absoluta destruya ese franco desarrollo de la acción individual y detenga la sociedad en su desenvolvimiento progresivo, no se funda en la justicia y la razón, sino tan sólo en la fuerza; y el Estado que tal fundamento tenga, podrá en un momento de energía anunciarse al mundo como estable e imperecedero, pero tarde o temprano, cuando los hombres conociendo sus derechos violados, se propongan reivindicarlos, irá el estruendo del cañón a anunciarle que cesó su letal dominación.

Después de obtener su título de licenciado en Derecho Civil y Canónico regresó a Puerto Príncipe y conoció a la mujer de su vida, la bella trigueña Amalia Simoni. Su romance y matrimonio con esta hermosa cubana, que con su familia había viajado cinco años por Europa y América del Norte, parecen ser cosas de leyendas o novelas románticas. Enamora a Amalia en paseos campestres, fiestas y excursiones a lugares como el río cristalino Canjilones y las famosas cuevas de Cubitas. Un día en uno de los álamos del jardín de la finca Simoni con su cuchillo el joven enamorado escribió en francés "Je t'aimerai, toujours, toujours" (Te amaré para siempre, siempre). Sintiéndose poeta Agramonte le dijo a Amalia que aquellas dos palmas que veían en la distancia, cuyos penachos en lo alto parecían unirse, se parecían a ellos, a quienes el destino había unido para siempre.

Apenas dos meses antes del Grito de Yara, el 2 de agosto de 1868, se casaron Ignacio Agramonte y Amalia Simoni en la Iglesia de Nuestra Señora de la Soledad. Partió con su esposa para la finca La Matilde, sin saber el poco tiempo de paz que les quedaba.

Agramonte, con otros jóvenes camagüeyanos, conspiraba desde hacía tiempo con Salvador Cisneros y Betancourt, Marqués de Santa Lucía, quien era, de hecho, el jefe del movimiento en la provincia. Los camagüeyanos en reuniones con el futuro Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, eran partidarios de esperar unos meses más y comenzar la Revolución en 1869. Céspedes, quien no quería esperar, al enterarse de que los españoles habían dado órdenes para su detención, proclamó la independencia de Cuba en su ingenio La Demajagua en Manzanillo el 10 de octubre de 1868, dándole la libertad a sus esclavos y nombrándose Capitán General y jefe del movimiento.

Camagüey, al enterarse del Grito de Yara, se levantó en armas. Bernabé de Varona, Bembeta, quien años después sería fusilado con otros 52 patriotas en Santiago de Cuba en 1873 al ser capturado con la expedición que dirigía a bordo del Virginius, fue el primero que se lanzó a la lucha desde Nuevitas.

Ignacio Agramonte se despidió de su esposa en la puerta de su casa en la finca diciéndole: "Ojalá, Amalia, que nunca se encuentren mi deber y tu felicidad". Y ella le respondió: "Tu deber antes que mi felicidad; es mi gusto, Ignacio mío".

Participó Agramonte en su primera acción en la Guerra de los Diez Años en la batalla por el puente de Tomás Pío, donde 150 camagüeyanos mal armados derrotaron a mil soldados españoles bien equipados.

En diciembre de 1868 Céspedes visita Camagüey para pedir que se le reconozca como Jefe Supremo de la Revolución. Los camagüeyanos se negaron diciendo que sólo un gobierno en armas podía otorgarle ese poder. Céspedes, de 50 años, pensaba que en una guerra sólo podía existir un mando único; Agramonte, de 28 años, no quería la excesiva concentración de poder en una persona, ya que esto podía llevar a la dictadura. Los villareños se sublevaron en febrero de 1869 y crearon con los camagüeyanos la Asamblea de Representantes del Centro. Ignacio Agramonte fue electo a la Asamblea que declaró la abolición de la esclavitud.

Estos eventos llevaron a Céspedes, Vicente Aguilera y otros orientales a invitar a representantes de las tres provincias en guerra a una reunión en Guáimaro el 10 de abril de 1869 con el propósito de reorganizar el gobierno revolucionario. Agramonte fue electo a la asamblea como representante de Camagüey junto con Salvador Cisneros, Miguel Betancourt y Antonio Zambrana. Guáimaro fue un triunfo para Agramonte, quien junto con Antonio Zambrana redactó el proyecto de la Constitución que fue aprobado con sólo pequeñas modificaciones.

Una vez terminadas sus labores constitucionales la Convención de Guáimaro pasó a constituirse en Cámara de Representantes. Al crear un régimen parlamentario, la Cámara nombró a Céspedes presidente de la República, a Manuel de Quesada Jefe del Ejército, a Cisneros presidente de la Cámara y a Agramonte secretario. Al concluir la sesión de la Cámara, el Presidente Céspedes nombró a Agramonte mayor general y jefe de la operaciones de Camagüey. El abogado, cuya actuación legislativa sólo duró 16 días en Guáimaro, ya no volvió nunca a ser legislador y se convirtió en el mejor militar de la Guerra de los Diez Años.

 Ignacio Agramonte

El Mayor General Agramonte organizó el ejército libertador en Camagüey y creó la mejor caballería de guerra en Cuba. Sus mambises fueron valientes y temerarios como su líder y le siguieron fielmente. Agramonte dijo en cartas, "Mis soldados no pelean como hombres, luchan como fieras". Peleó en numerosos combates; entre ellos: Bonilla, Altagracia, Sábana Nueva, Las Tunas, La Industria, Las Minas, Imías, Punta Pilón, La Caridad de Arteaga, Las Piedrecitas, Curana, Hato Potrero, La Entrada, El Mulato, La Redonda, Guaicanámar, Palmarito, Cercado, Jiminu, Socorro, Ingenio Múcaro, Torre Óptica de Colón, La Ureteria, San Fernando, Hicotea, Rescate a Sanguily, La Horqueta, San Mateo, San Ramón de Pacheco, La Matilde, Buey Salado y Ciego de Najasa.

Agramonte se vió obligado a mudar a su familia a un rancho dentro de la Sierra de Cubitas, al cual llamó El Idilio. Sus bienes en Camagüey y su finca habían sido confiscadas por los españoles. Entre combates visitaba Agramonte a su adorada Amalia, quien le había dado un hijo en la manigua. Una mañana, cuando iban a celebrar el cumpleaños de su hijo, le avisaron que una columna enemiga estaba llegando a El Idilio. Agramonte abrazó a su hijo y besó a su esposa y partió a reunirse con sus tropas. No sabía el General que nunca más vería a su bella Amalia ni a su hijo y que tampoco conocería al segundo hijo que ella llevaba en su vientre. Por suerte los españoles trataron bien a su familia y le permitieron que se embarcara hacia los Estados Unidos.

Agramonte, triste y desolado, visitó su finca La Matilde y con la punta de un cuchillo grabó otro juramento: "Amalia: siempre, siempre te amará Ignacio Agramonte y Loynaz". Años después, ya muerto el Bayardo, se podía leer en lo alto de una palma su juramento de amor.

Agramonte continuó su lucha contra España. De sus numerosas victorias quizás la más conocida en la historia de Cuba fue el rescate del Brigadier Julio Sanguily el 7 de octubre de 1871. Cuando le informaron a Agramonte que los españoles habían capturado a Sanguily ordenó formar un cuadro de 35 jinetes con una vanguardia de cuatro rifleros. Al encontrar a la tropa española, Agramonte desenvainó su sable y arengó a sus soldados: "Compañeros, en aquella columna enemiga va preso el general Sanguily, y es necesario rescatarlo vivo o muerto, o quedar todos allí". Entonces gritó: "Corneta, toque usted a degüello", y se lanzó al frente de sus soldados sobre las fuerzas españolas del comandante César Mato. "¡Adelante! ¡Adelante! ¡Siempre adelante!", gritaron los mambises y cargaron al machete sobre los soldados españoles, quienes huyeron despavoridos. Sanguily fue rescatado y al ver a Agramonte lo abrazó con gran emoción.

El Mayor General Ignacio Agramonte fue sumamente admirado por sus soldados. Luchaba sin descanso y a veces todos los días. En todas las batallas expuso su vida peleando siempre al frente y fue herido varias veces. Su resistencia física era increíble: parecía ser de acero. Ni los ruegos de sus soldados ni de su esposa hicieron que dejara de luchar siempre en primera fila, arriesgando su vida una y otra vez. Amalia desde el exterior le escribió alarmada:

Yo te ruego, Ignacio idolatrado, por tus hijos, por tu madre, y también por tu angustiada Amalia, que no te batas con esa desesperación que me hace creer que ya no te interesa la vida... Por Cuba, Ignacio mío, por ella también te ruego que te cuides más.

Diez días después de haberse escrito esta carta, murió en combate el Bayardo. El 11 de mayo de 1873 en el potrero de Jimaguayú una bala atravesó la cabeza del General Agramonte, quien se desplomó, muerto, de su caballo. Los españoles llevaron su cadáver a Puerto Príncipe, lo quemaron, y esparcieron sus cenizas al viento.

Así murió el Bayardo de la Revolución cubana, el más valiente entre los valientes y como lo llamó José Martí, "Un diamante con alma de beso". Su ejemplo de hombre puro y de principios democráticos y de guerrero ejemplar inspiró a muchos patriotas del siglo pasado a luchar incansablemente por la libertad de Cuba.

De la misma manera debe Ignacio Agramonte motivarnos a nosotros -cubanos del exilio en el umbral del nuevo milenio- a recuperar nuestra patria de la tiranía que la somete, para regresar triunfantes a nuestro amado Camagüey bajo una república libre, democrática y soberana.

El autor es Profesor Asociado de Florida International University.

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