>Quiénes somos>El Camagüey>Visita especial a Puerto Príncipe, 1874.
Colaboración especial de Ana Dolores García
para Camagüeyanos por el Mundo.
Agosto, 2001.
Puerto Príncipe, Cuba.
Visita especial a Puerto Príncipe.
Mayo de 1874.
Joseph Alden Springer,
Funcionario del Consulado de
Estados Unidos en La Habana.
Dibujos originales del propio autor.
Transcripción del original:
Aurelio Giroud García.
A modo de presentación
Hace cerca de quince años, Aurelio Giroud me obsequió con una copia del presente relato. Como me dijo entonces, sería lamentable que se perdiera y no pasara a ser conocido por más personas e incluso por generaciones posteriores. Él mismo hizo la traducción del manuscrito original, cuyas copias distribuyó entre sus amigos camagüeyanos.
Se trata de un interesante relato sobre Puerto Príncipe durante los difíciles tiempos de la insurrección, y la impresión que nuestra ciudad produjo a este extranjero, Mr. Joseph A. Springer, probablemente periodista, que se identifica a sí mismo sólo como funcionario del Consulado de Estados Unidos en La Habana. Son curiosas sus observaciones sobre edificios, fuertes, iglesias, calles y plazas de nuestra ciudad. De igual modo no dejan de ser interesantes sus comentarios, basados primordialmente en la información brindada por el Coronel español, su inevitable y solícito acompañante.
Las ventajas que ahora brindan los ordenadores me han animado a preparar una nueva edición de estos relatos. He agregado los epígrafes -que no figuran en el original-, al objeto de enmarcar los distintos tópicos tratados. De igual modo he incluido notas aclaratorias en cuanto a algunas discrepancias históricas respecto a fechas y acontecimientos. No han sido alterados en modo alguno los conceptos u opiniones del autor. Las ilustraciones han sido realizadas por el propio Mr. Springer.
El Dr. Aurelio Giroud García, autor de la transcripción original, fue miembro de una respetable y conocida familia camagüeyana. Estudió la Carrera Diplómatica en la Universidad de La Habana y en 1946 ganó por oposición el cargo de Cónsul de Cuba en Nueva York. En el año de 1949 pasó a Washington, D.C. como Secretario de la Embajada de Cuba ante el Gobierno de Estados Unidos, cargo que desempeñó hasta su renuncia en 1959 al advenimiento del régimen castrista. Comenzó entonces a laborar en la Organización de Estados Americanos hasta su jubilación en 1983. Falleció en Miami el 4 de diciembre de 1990 a la edad de 73 años.
Ana Dolores García, Agosto 1º de 2001.
P r ó l o g o
E l escritor del siguiente relato tuvo la ocasión, durante el pasado verano, de hacer una visita especial por asuntos particulares a Puerto Príncipe, la "tierra-adentro" de Cuba. Como que ésta era una parte de la Isla que él nunca había visitado, una verdadera terra incognita de la cual tenía sólo ligeras ideas (y ellas no todas favorables debido a estar en el centro de la insurrección), determinó ocupar el tiempo libre -que de otro modo hubiera resultado monótono-, en hacer notas de este viaje con la ulterior idea de imprimirlas, adquiriendo tanta información útil e interesante como fuera posible concerniente al Distrito, que era considerado, antes de la insurrección cubana, como de los más ricos en la Isla, y que de modo solícito ha hecho y sacrificado tanto por mantener la lucha de los cubanos por su independencia.
Al estimar que esta parte del país ha sido muy poco visitada por los viajeros desde el inicio de la insurrección y que no ha sido completamente descrita por ninguno ni a su vez objeto en sí del mayor interés, y por ser la base de todas las operaciones españolas en el Departamento Central, lo que aumenta su importancia, el escritor le ha dedicado considerable tiempo y se ha esmerado mucho en tener información correcta de varias fuentes de observación personal y otros datos con los que ha compilado la siguiente narración, que confía será analizada con interés por los lectores de … Magazine.
J. A. S.
Primera y última páginas de las notas de viaje de Joseph A. Springer
En el vapor Cuba, desde La Habana a Nuevitas
E n una agradable mañana de mayo (1874) tomé pasaje en La Habana a bordo del vapor "Cuba" en viaje a Santiago de Cuba y con escala en Nuevitas, mi lugar de destino. La hora de la salida era a las 12 en punto. Antes de esa hora ya yo estaba a bordo. Obtuve un camarote, el cual y con una gestión adecuada (una propina y un guiño), me había conseguido el camarero. Estaba ya listo para el viaje, pero el Gobierno tenía gran cantidad de pertrechos y provisiones que embarcar por este vapor, destinados a las tropas de Santiago de Cuba y otros lugares de nuestra ruta y, consecuentemente con el proverbial y provocador descuido por la puntualidad, el vapor no pudo salir hasta avanzada la tarde.
Al fin sonó la campana del barco. Los que habían venido a bordo a ver partir a sus amigos se apresuraron a tierra, el vapor se separó del muelle y, luego de unas maniobras necesarias, comenzó su viaje. Inmediatamente después que pasamos la estrecha entrada de la bahía y dejamos el Castillo del Morro detrás a nuestra derecha, pusieron la mesa y se oyó esa agradable música que tanto gusta a un estómago hambriento: la campana de la comida. La mesa extendida a todo lo largo de la cubierta era ancha y bien puesta, con profusión de platos y, aunque la cocina era intensamente española, abundante en aceite y aceitunas y con botas de fuerte y fiero vino catalán en cada codo para bajarlo todo, cuatro horas de espera impaciente por salir, aire salado del mar tranquilo y un buen apetito, me compelieron a hacerle justicia a la comida. Después de tomar asiento, di un vistazo de arriba a abajo a la mesa para ver quiénes iban a ser mis "compañeros de viaje", sabiendo que la comida del primer día sería la única ocasión en la que todos los pasajeros estaríamos juntos a la mesa.
Una dama cubana de complexión delicada y tez pálida y acompañada por varias sirvientas, que era arrastrada por un negrito vivaracho de unos cinco años de edad y a quien no podía haber acariciado más si hubiera sido suyo; un Coronel español, con gafas en la nariz y espuelas en los talones; una docena, o más, de oficiales españoles, uno de los cuales, recién llegado de España, tenía con él a su mujer y una pequeña hija, y todos ellos adulando al Coronel. Un sacerdote, que después estuvo terriblemente mareado y leyó su breviario durante todo el viaje. Varios individuos pálidos y mareados y este escritor completábamos los pasajeros.
En ningún momento la costa estuvo totalmente fuera de nuestra vista y nos hizo un tiempo delicioso. El mar estaba muy tranquilo y era profundamente azul. La brisa refrescante hizo que el viaje en conjunto fuera muy placentero.
La segunda noche adelantamos al vapor de guerra español "Isabel la Católica", que había salido de La Habana hacia Santiago de Cuba temprano en la mañana del mismo día que nosotros, con tropas a bordo, parte de las cuales eran para desembarcar en Nuevitas.
En la mañana del tercer día de nuestro viaje pasamos la Punta de Maternillo, en donde hay un faro. Cerca de ella se podía distinguir fácilmente el bulto del vapor costero español "Triunfo", perteneciente a Don Ramón de Herrera, bien conocido coronel del 5º Batallón de Voluntarios de La Habana. El vapor había zozobrado el 7 de mayo último al encallarse en un arrecife mientras conducía al General Cayetano Figueroa, designado recientemente para relevar al General Portillo en el comando del Departamento Central, y a 170 "libertos" o tropas negras. Aunque el vapor se enterró en el arrecife, gracias al buen tiempo no se perdió ninguna vida.
Doblado este punto, en corto tiempo llegamos a la entrada de la bahía de Nuevitas. En la playa, baja y arenosa, y a nuestra izquierda, yace la rota armazón de hierro del vapor español "Cataluña", también perteneciente a Don Ramón de Herrera, encallado hace un año en las Navidades.
La llegada a Nuevitas
L a entrada de la bahía de Nuevitas, como podrá verse según el mapa de referencia, es larga y estrecha, con 15 millas desde su boca hasta el pueblo. Pueden entrar en la bahía embarcaciones con calado de 22 pies de agua, pero el promedio de profundidad permitido es de 16. Casi a la mitad del canal está San Hilario, un fuerte circular de mampostería construido en 1831, con varias piezas montadas de "barbeta" y rodeado por una estacada erigida a la entrada a modo de protección. Varias barracas y otras edificaciones están conectadas con el fuerte, en cuyo tope ondeaba ociosamente una bandera española raída. Después de continuar el curso tortuoso del canal por cerca de casi dos horas, alrededor de las cuatro de la tarde arribamos finalmente a nuestro muelle, de los que hay cuatro iguales con largos brazos extendidos desde el pueblo.
Un fuerte en Nuevitas
Pero antes de dejar el vapor, en este punto de mi narración quiero hacer constar la comodidad de viajar en un vapor costero cubano y especialmente en el "Cuba", aunque el precio del pasaje pueda ser considerado más bien alto: dos doblones ó $34.00 oro (a Santiago de Cuba es de tres doblones más). La comida es excelente y en general está muy supervisado el bienestar de los pasajeros, al menos juzgando por mi propia experiencia que fue algo así como sigue:
Cerca de las 6 de la mañana, Antonio, el camarero o muchacho-de-cámara a quien yo había "sobornado", venía a mi camarote y después de un cortés "buenos días" me daba una taza de café caliente y unas galletas. Luego de probarlo, me sentía muy contento de ir a cubierta a respirar el aire fresco de la mañana y de dejar mi litera con sus almohadas duras y su fondo de mimbre en lugar de colchón que, aunque dejaban bellísimas marcas en la espalda y los hombros del durmiente, lo mantenían fresco durante la noche.
Sobre la mesa de cubierta siempre se encontraban varias botellas de apariencia sospechosa, algunas de cuellos largos, otras cubiertas de pajas, y un estuche de botella cuadrado de la marca "Bell", todas abiertas a pública inspección. A las 8 en punto, Antonio pasaría a los pasajeros una bandeja de chin-co-tel o "abridor de ojos", a lo que uno se antojara. A las 9 ó un poco más tarde, el desayuno al pasaje, incluyéndolo todo. Y si a uno le disgustaba el vino fuerte español le traían en su lugar clarete francés o cerveza, sin costo extra.
Al mediodía, la campana volvía a sonar para que los pasajeros observaran tomar la altitud del sol, que se hacía por medio de una vasija de cristal en forma de vaso. Comida a las 5, té a las 9 y la cortés y pronta atención a los deseos de cada uno, hicieron que esos pasatiempos de un viajero en el mar, —los placeres de un buen apetito y una fuerte digestión—, transcurrieran lo más agradablemente.
Pero volvamos de esta digresión. Sabiendo que estaba muy atrasado para tomar el tren del día a Puerto Príncipe, averigüé el camino a la casa del Sr. S..., un comerciante al que traía cartas, y llegué a tiempo de reunirme con él para la comida. Poco después, el Coronel español que había sido mi compañero de viaje hizo su aparición para visitar también al Sr. S…. Al poco rato salimos fuera e hicimos una caminata alrededor del pueblo.
San Fernando de Nuevitas
N uevitas, o San Fernando de Nuevitas para dar su nombre completo, es ahora una ciudad de 6,000 habitantes aunque en 1868 contaba escasamente con 2,500. Este aumento de población se debe a que numerosas familias han sido obligadas a venir desde el campo donde subsistían vendiendo el producto de sus pequeñas propiedades o haciendo carbón vegetal, y se han refugiado en la ciudad debido a los peligros y privaciones producidos por la insurrección. El aumento de la población no ha traído crecimiento a la riqueza. Al contrario, se me dijo que cientos de familias están en la más abyecta pobreza, alejando el hambre de sus puertas con trabajos ocasionales en los muelles, el cultivo de unos pocos vegetales o la costura de ropa a los soldados.
Nuevitas tuvo muchas dificultades con las que luchar desde su fundación y colonización, y el sitio actual es el tercero en tres siglos. El primero estaba a casi a dos millas al N.E. de la ciudad en donde está ahora, en el lugar llamado Pueblo Viejo, antiguamente Puerto Príncipe, que fue objeto de repetidas escenas de depredación por parte de los piratas de las Antillas. Ahora está situada sobre varias colinas y tierras altas al abrigo de la bahía, de unos 16 a 20 pies de profundidad media, en el que fue el primer puerto de la Isla visitado por Cristóbal Colón (noviembre 18, 1492) durante el primero de sus viajes, y al que llamó "Puerto Príncipe". (*1)
En noviembre de 1511, Diego de Velázquez fue enviado por Diego Colón (hijo del Gran Almirante y en ese tiempo Gobernador de Santo Domingo), a conquistar y colonizar la Isla con una expedición de cuatro barcos y 300 hombres. Aquí, en el mismo puerto que Colón había nombrado "del Príncipe", fundó una colonia y le dio el nombre de Santa María, pero con el transcurso del tiempo y a consecuencia de la plaga de insectos —mosquitos y "jejenes", que eran muchos o demasiados para los españoles—, y las invasiones frecuentes de los piratas, el pueblo fue trasladado a la villa india de Caonao. Las frecuentes invasiones de los piratas, de las que el ataque de Henry Morgan cerca de un siglo después fue el más desastroso, indujeron finalmente a los colonos a moverse más adentro de la Isla, hasta que en 1516 llegaron al pueblo indio de Camagüey (*2), situado entre dos pequeños ríos que hasta hoy retienen sus nombres indios de Tínima y Hatibonico, y aquí establecieron y edificaron el pueblo, del que conservaron el mismo nombre: Santa María del Puerto del Príncipe. Sin embargo, los habitantes no estuvieron todavía al resguardo de los ataques de los piratas, pues poco después de 1666 el célebre Morgan saqueó el lugar cometiendo horribles atrocidades.
Con el transcurso del tiempo vino a ser reconocido solamente por el último y hasta cierto punto anómalo nombre de Puerto Príncipe. Por el contrario, el nombre indio del Distrito todavía se retiene y es conocido por los insurgentes cubanos de hoy día como el Departamento de Camagüey. Y por muchos años ya, camagüeyano ha sido el término distintivo de aquellos nacidos en el Distrito.
Fue al cacique de Camagüey a quien Colón en su primer viaje en 1492 le enviara una embajada en la creencia de que era el Gran Kan o el Emperador de Catay (China), porque es histórico que Colón murió en la creencia de que había descubierto un nuevo camino a las Indias y sin saber nunca que Cuba era una isla. De hecho, este conocimiento no fue adquirido hasta 1508 cuando fue circunnavegada por Sebastián Ocampo.
Hasta cerca de un siglo después del ataque de Morgan, la colonia en la costa dio muy pocas señales de vida. En realidad fue casi abandonada completamente o dejada a unos pocos pescadores, pero el regreso de varias familias desde el interior en 1775 levantó otra vez el pueblo. Con el transcurso del tiempo, la emigración de los españoles desde La Florida en 1783 y de los franceses desde Santo Domingo en 1795, a quienes se les debe la introducción de la miel de abeja y del grano de café respectivamente, el natural crecimiento de la población y las ventajas del puerto, motivaron la fundación de otra colonia en las costas de la bahía.
En 1837 se comenzó la construcción de un ferrocarril desde Puerto Príncipe a Nuevitas como una salida para la producción del Distrito. La misma dio gran impulso al comercio de ambos lugares. Este ferrocarril tiene el honor de ser el primero construido en los dominios españoles (*3), aunque no fue acabado completamente sino hasta 1866. El puerto por el que anteriormente se hacía el comercio del Distrito era el de La Guanaja, en la rada o bahía de Sabinal, a unas 30 millas hacia el Oeste de Nuevitas.
Las otras pequeñas colonias dependientes de Nuevitas son Bagá y San Miguel de Nuevitas, ambas pequeños pueblos fundados en 1817 por colonos de Nueva Orleáns. Desde Bagá se extiende la segunda "trocha" militar de la guerra, en proceso de construcción, que ha sido ya completada hasta Guáimaro. Referente a esta "trocha" tendré algo que decir más adelante.
Fuerte en Nuevitas
Nuevitas ha tenido también su parte en el sufrimiento y las consecuencias dolorosas de la insurrección. Su comercio, que en 1868 era de unos 22,000 barriles de azúcar y 15,500 de mieles, y de una vasta cantidad de cueros, gran cantidad de cera y miel y considerable tabaco, casi el doble de las exportaciones de cinco años anteriores (1863), es ahora nulo. No se exporta ninguna azúcar, y la pequeña cantidad de mieles, o la carga esporádica que se embarca en sus muelles, viene a intervalos en unos pocos barriles transportados en lanchas desde Puerto Padre y otros puertos.
De cuando los insurgentes atacaron a Nuevitas
E l 25 de agosto de 1873 los insurgentes, que habían estado por algún tiempo en la vecindad, entraron en el pueblo. La fuerza con que comúnmente se contaba para la guarnición de la villa era de 500 hombres, pero en esta ocasión no había más de 300, incluyendo a los Voluntarios. El ataque se comenzó a las diez de la noche por un nutrido grupo de insurgentes bajo el comando de Máximo Gómez, quien forzó a los centinelas que guardaban las trincheras y estacadas en las afueras del pueblo, cerca del ferrocarril, desbandando por todo el pueblo la pequeña fuerza que defendía el lugar y que junto con algunos marinos y Voluntarios tomaron refugio en la Aduana, la que defendieron y en cuya toma los insurgentes no persistieron. Los patriotas estuvieron en posesión del pueblo hasta las seis de la mañana, y mientras tanto saquearon las tiendas, prendieron fuego a algunos de los edificios e hicieron lo que les placía en su camino.
La Aduana está situada en la calle frente a la bahía. Los principales almacenes, tiendas y los Consulados Británico y Americano se encuentran también en esta calle, llamada Calle de la Marina, y se sabe que los rebeldes estuvieron en posesión de todo el pueblo. Una carta particular de esa fecha da cuenta de la alarma de los habitantes, que fue tan grande que por varias noches después abandonaban sus casas a la caída de la tarde y dormían en los muelles, en botes y barcos. Aunque dos o tres personas perdieron la vida en esta ocasión, los rebeldes no fueron molestados y su principal objetivo fue saquear y asegurarse un buen botín. Máximo Gómez, con su plana mayor y la reserva de su fuerza, calculada en cerca de 600 jinetes, estaba en una colina cerca del pueblo y desde allí emitía sus órdenes.
Los fuertes que protegen a Nuevitas
D espués del ataque referido, los habitantes viven en el temor diario de una repetición. Es bien conocido que los insurgentes no están en ningún momento muy lejos y que pueden ir y venir siempre que les plazca, ya que sus movimientos son rápidos. Ha sido erigida una línea de fuertes alrededor de la ciudad, conectados por estacadas de postes ligeros de no más de 12 pies de alto y 2 ó 3 pulgadas de grueso, con reductos ocasionales aquí y allá a lo largo de la parte alta de las colinas que miran hacia el campo, como una protección contra cualquier ataque posterior.
Estos fuertes, en número de once o doce, están colocados a una distancia de media milla de separación. Unos cuantos son de forma circular, edificados de mampostería, con unos 30 pies de alto y 20 de diámetro en la base. Una escalera conduce a la estrecha entrada en la mitad de su alto, y las paredes están agujereadas con aspilleras para la mosquetería. En el tope se encuentran una pieza pequeña de unos tres pies de largo y una garita con 16 hombres comandados por un sargento, que constituyen la guarnición de cada fuerte. Por la noche estos hombres son reforzados con 12 más, generalmente Voluntarios. Una patrulla hace las rondas cada dos horas. Varios destacamentos de Voluntarios duermen armados en el Casino y otros edificios públicos, y se ejerce la mayor vigilancia contra otro ataque que suponen pudiera hacerse cualquier día.
Mi amigo el Coronel, a quien he perdido de vista durante esta larga descripción y que me dio muchos detalles por estar bien informado en todos los asuntos pertinentes a la historia del lugar, de la insurrección y de nosotros mismos, continuó nuestra caminata charlando de varios temas, hasta que llegamos a la parte del pueblo cerca del ferrocarril por donde habían entrado los insurgentes en la ocasión previamente narrada. Aquí se encuentra uno de los fuertes circulares en la línea de defensa alrededor de Nuevitas, conectado con la línea edificada a lo largo del ferrocarril a Puerto Príncipe. Gracias a las tres estrellas en los puños del Coronel que indicaban su rango, el sargento en comando puso sus hombres en línea, saludó e hizo un breve reporte de —"No hay novedad, mi Coronel". El Coronel recibió esto como mera rutina, hizo unas pocas averiguaciones y todos subimos los escalones dentro del interior del fuerte. El fuerte está dividido en dos pisos, el más bajo usado como almacén, enfermería y polvorín. El segundo piso está agujereado todo a su alrededor con aspilleras. Treinta hombres en él serían demasiada gente. De este piso ascendimos por una corta escalera inclinada, y a través de una puerta-rampa salimos a la cúspide, desde la cual disfrutamos una hermosa vista de la puesta del sol y el tan peculiar paisaje de Cuba.
A lo largo de la línea del ferrocarril que se extendía frente a nosotros, recta como una flecha ya que tiene sólo una ligera curva en sus cincuenta millas, podíamos ver otro fuerte situado casi a una milla de distancia, el segundo en la línea que protege el ferrocarril y la zona de cultivo. A la derecha, las aguas de la transparente fosa de Mayanabo y el fuerte más lejano de la línea de Nuevitas, ya cerca del borde de las aguas. Estos fuertes se extienden por todo el derredor de la ciudad, once en conjunto, conectados por la estacada ya descrita, postes y ocasionales reductos. Construidos mediante subscripción privada entre los comerciantes y otras personas de Nuevitas a un costo de cerca de $2,000.00 cada uno, son guarnecidos y armados por el Gobierno.
En tren hacia Puerto Príncipe
A l día siguiente al mediodía, mientras aún estaba ocupado en anotar en mi libreta las informaciones recibidas del Coronel, él mismo me vino a buscar para avisarme que me apurara, porque el "Explorador" saldría a las 12 en punto. Todavía habría tiempo para otras cosas más y organicé descansadamente mi libreta de notas, conociendo ya por experiencia algo más sobre la puntualidad española, esto es, que las 12 en punto no son sino hasta la una.
El "Explorador" es una locomotora con una parrilla adherida que lleva una fuerza de veinte o más soldados, enviada como una milla delante del tren regular para "explorar" o limpiar. Una caminata de pocos minutos nos llevó a la estación y, luego de montar unos 200 soldados que habían desembarcado durante la noche del "Isabel la Católica", llegado la misma tarde que nosotros, subimos a carro y el tren partió de inmediato hacia Puerto Príncipe.
Cada carro está revestido con una capa de madera de tres pulgadas de grueso, atornillada a cada lado casi hasta la altura de las ventanas, con una pequeña apertura para la vista o la ventilación. Como consecuencia, el calor y la sofocación son insoportables, y proporcionan muy poco alivio las puertas que quedan abiertas para establecer una corriente de aire a través del carro.
El tren se detiene cada diez o doce millas para cargar madera o agua, o para dejar hombres o provisiones en los campamentos y fuertes militares del camino. En Minas, situada casi a la mitad del trayecto, se detuvo durante media hora para dejar a los soldados designados a los trabajos de línea del lugar. Aquí ocurrió un accidente. A los pobres soldados, llegados durante la noche anterior, no les habían repartido raciones ni comida alguna. Varios de ellos se las arreglaron para conseguir un poco de vino, que por supuesto les hizo más daño que bien, poniéndolos alborotosos e ingobernables. Al bajarse de los carros antes de que parasen, un pobre diablo cayó debajo de las ruedas y fue espantosamente destrozado. Al separarse los carros yacía una masa de magulladuras y huesos rotos gimiendo y gritando "me muero". Un oficial le dijo brutalmente que se muriera y que no hiciera tanto ruido sobre ello y, pidiendo una camilla, hizo que el accidentado fuera removido y trasladado. Supe que murió antes de una docena de pasos, tan severas eran sus heridas.
Minas
M inas toma este nombre por su proximidad a unas minas de cobre que ahora están inactivas. Es un lugar de unos 1,500 habitantes, principalmente gente de campo que se han "presentado" por sí mismos al Gobierno y a los que se les han dado parcelas de terreno e implementos para cultivarlas como incentivo para mantenerse y asegurar su lealtad. No obstante, fui informado de que pequeñas partidas están constantemente yéndose otra vez a la insurrección.
El sitio está formado por casas de guano y, naturalmente, los únicos negocios son los que surgen en los campamentos o puestos de campo. Las minas, que se dicen han sido ricas en la producción de cobre y que eran explotadas por empresas americanas, no están trabajando por ahora, aunque se cree que si las facilidades de transporte fueran mejores y más baratas, se podría producir otra vez el cobre con ganancias, es decir, ello podría suceder "cuando esta cruel guerra se acabe".
Hay estacionados unos 1,500 soldados, dedicados al trabajo de fabricar fuertes y a fortificar la línea. Este número, añadido al de 1,500 requerido para guarnecer todos los fuertes, hacen una fuerza de 3,000, ocupados constantemente en mantener la línea del ferrocarril entre Puerto Príncipe y Nuevitas y en tener vigilados a los insurgentes. No obstante, se me informó que ellos la atraviesan casi diariamente en pequeñas partidas pero que no se exponen en ataques inútiles contra los fuertes.
Estos fuertes, cerca de cincuenta en total, están fabricados con una milla de separación, algunos con estacadas mientras que a otros se les ha añadido una zanja. Algunos están fabricados con troncos de palmas o tablas y otros con ladrillos, pero casi todos presentan las peculiaridades del que se muestra en el dibujo que se acompaña.
El Fuerte Pueyo
P oco antes de llegar a Puerto Príncipe, el Coronel, quien durante todo el viaje estuvo conversando conmigo con gran interés y burlándose de los insurgentes, sus planes y operaciones, pero que al mismo tiempo me daba considerable información con referencia a sus asuntos, me llamó la atención de un fuerte, el último antes de llegar a la ciudad, que había sido anteriormente la residencia de Ignacio Agramonte, el Jefe Insurgente muerto a la cabeza de una carga de caballería en Jimaguayú el 11 de mayo de 1873.
Fuerte Pueyo, a la entrada de Puerto Príncipe
Este fuerte fue convertido en tal de una sencilla residencia de campo. Sus paredes altas fueron agrandadas y se le hicieron aspilleras a través de la mampostería. Me determiné a hacer un dibujo del mismo y así lo realicé en ocasión posterior, al costo de una pequeña aventura que relataré a continuación:
Al ser informado por el guardia de que no se me permitiría ir detrás del fuerte, caminé una corta distancia a lo largo de la línea del ferrocarril. Ya en un lado seguro, tomé una posición conveniente y empecé mi dibujo. Luego de un rato, mis movimientos parecieron atraer la atención y dos "civiles" pasaron despacio y miraron sobre mi hombro, haciendo corteses pero críticas observaciones, mientras que yo adelantaba mi trabajo. Su presencia me puso nervioso y me apresuré a terminar el dibujo. Guardé mi libreta, les dije "que quedaran con Dios" e inicié el regreso hacia la ciudad. Una mirada hacia atrás me reveló a los valientes hablando entre ellos, y un minuto después fui invitado a regresar. Entonces, muy cortésmente y apenados solicitaron la entrega de mi "dibujo" para inspección del Sargento Primero o Sargento de Guardia. -"Ciertamente, -les respondí-, pero devuélvanmelo pronto y, mientras tanto, haré un dibujo de esta tienda "de campo". Después de unos minutos de tardanza, el Sargento regresó con el dibujo en la mano. Me observó cuidadosamente y entonces, más bien por mi impaciente pregunta de si podía haber alguna objeción en guardar el tosco diseño que había hecho, le hizo un examen crítico. No viendo nada en particular que se asemejara a un plan de fortificación militar, lo devolvió pidiendo perdón por los inconvenientes que me habían causado y que eran debidos a la situación anormal imperante. Yo me permití una figura retórica española deseándoles a todos que quedaran "con Dios". Contestaron mi cortesía diciéndome a su vez: "Vaya con Dios". Les dije "Adiós", y de nuevo inicié el camino, plenamente convencido de que escucharía otro "¡Alto!", pero determinado en esta ocasión a hacerme el sordo.
Puerto Príncipe
D espués de cuatro horas de un viaje incómodo en los carros que describí, llegamos a Puerto Príncipe. Poco antes de llegar a la estación, la máquina dio cuatro pitazos prolongados, como una señal a la ciudad de que el vapor de La Habana había llegado a Nuevitas, por lo que pudiera esperarse correspondencia. Supe que esto era la costumbre: tres pitazos anunciaban la llegada de un vapor desde Santiago de Cuba, cuatro desde La Habana, y siete, dos vapores, uno de cada lugar.
Varios amigos del Coronel estaban en el andén para darle la bienvenida. Y mientras ellos le extendían los brazos y le daban palmadas en la espalda, me despedí de él con un legítimo abrazo español, tomé una "volanta" y me dirigí a un hotel.
Puerto Príncipe, —vuelvo a dar su nombre completo: Santa María del Puerto Príncipe—, es una ciudad situada en una de las partes más anchas de la Isla de Cuba, a una distancia de 325 millas en dirección S.E y E. de La Habana, a 30 millas de su viejo puerto de La Guanaja en la costa Norte, 60 millas de Santa Cruz en la costa Sur, y 45 millas de Nuevitas, con la cual está conectada por un ferrocarril. Su población en 1868 se estimaba en unas 35,000 almas. Actualmente la población no puede ser mucho menor porque, aunque ha habido un gran éxodo de su habitantes a la insurrección, muchos de los que habían fijado sus residencias en el campo cercano han sido obligados a venir a vivir dentro de la ciudad.
El Distrito poseía el predominio como ganadero y de fincas productoras de la Isla, las cuales constituían su principal riqueza. Antes de la guerra, cerca de dos millones de cabezas de ganado pastaban en sus ricos llanos, y sus mulos y caballos eran preferidos a cualesquiera otros.
El Distrito nunca se destacó por la producción, bien de naturaleza textil o fabril, debido a la necesidad de la conducción del agua, y ha sido solamente en período comparativamente reciente que se ha prestado atención al cultivo de la caña de azúcar. En 1868 se calculaba que había en la jurisdicción unas 150 colonias de azúcar de mayor o menor extensión, y casi igual número de "vegas" de tabaco. Ahora, la ruina de la guerra pesa sobre todo. Las colonias han sido destruidas, quemadas o abandonadas, salvo una, cerca de la ciudad, llamada "Canet", que producía anteriormente 1,000 barriles por zafra. Ahora escasamente hace 300, no lo suficiente para abastecer el Distrito. Las vegas de tabaco están destruidas. No se recoge ni una libra de miel o cera, y hay una ruina general en todo el Departamento.
Los habitantes se distinguían anteriormente por su carácter vivo y alegre, y aunque no inmensamente ricos, eran de buena posición. Ahora, los pocos que no se han ido a la insurrección tienen un aspecto de indiferencia y de patética pobreza. La ciudad era anteriormente una base de provisiones para las colonias y los ganaderos, y los habitantes importantes pasaban su tiempo entre sus casas de campo y del pueblo, montando magníficos caballos de raza. Ahora no se hacen negocios de clase alguna, y las casas que uno ve tienen el más triste aspecto.
Las calles y casas de Puerto Príncipe
E l área de la ciudad comprende unos cien acres o más, y sus calles, estrechas y tortuosas, están trazadas en desconcertante laberinto que, como las tradicionales de Boston, fueron determinadas por los trillos del ganado. Las casas son bajas, con las peculiaridades cubanas de techos de tejas, puertas pesadas y ventanas enrejadas, aunque el mismo comentario puede aplicarse a todas las casas de arquitectura hispanoamericana. Casi sin excepción son construidas de ladrillo, que de hecho es el único material de construcción usado. No hay canteras pero sí numerosos "tejares", y patios de ladrillos en la vecindad. Los ladrillos son muy anchos y bien cubiertos entre ellos, como para ahorrar material, y después repellados. Las paredes, pintadas, y el azul y el marrón (ante) son los colores que prevalecen.
Hay muy pocas casas de dos pisos. Las aceras de las casas (o lo que se conoce con ese nombre porque son excesivamente estrechas y de desigual nivel), son también de ladrillos, colocados a lo largo y, debido al uso, medio gastados. Obtuve una fotografía de una de las calles -la calle de San Juan-, la cual muestra alguna de estas peculiaridades. De hecho, fue la única vista fotográfica que pude encontrar de alguna parte de la ciudad. Como no se han tomado interés en ofrecer vistas de esa naturaleza y yo estaba desesperado al no obtener ninguna, he recurrido a mi lápiz para mostrar algunos de los edificios públicos.
Pocas de las calles están pavimentadas o aplanadas, pero todas en general se muestran limpias y rara vez fangosas, debido a la naturaleza poro-arenosa del terreno, que rápidamente absorbe las fuertes lluvias de este período del año. No hay pozos. La mayor parte del agua potable es recogida y conservada en aljibes y "tinajones", grandes vasijas de barro que recogen el agua de los tejados y adornan los patios de las casas.
Las calles no están iluminadas de noche con cargo al gasto público, pero es costumbre general de cada uno colgar un farol de cristal con lámpara de petróleo. Las calles principales están por tanto bien iluminadas, mientras las otras permanecen en total oscuridad.
Las aceras son desiguales en sus niveles y la calles tan estrechas que la mayor parte del tránsito se hace por las mismas. Las casas, a la moda cubana, permanecen cerradas durante el día, pero a medida que cae la tarde las puertas y ventanas se abren y las señoras, con vestidos frescos y simples y generalmente usando flores en los cabellos, se sientan junto a ellas para disfrutar la brisa de la tarde o recibir visitantes. En muchas de las ventanas enrejadas noté los restos secos de hojas de palmas entretejidas, usadas en el festival del Domingo de Ramos, lo que debió haber hecho a esa fiesta lo más atractiva.
La procesión del Corpus
D urante mi estadía presencié la procesión de Corpus Christi y algunas otras fiestas religiosas. Después de la salida de la iglesia y cada dos cuadras de la ruta se habían erigido ricos y radiantes altares frente a casas particulares, ante los cuales la procesión se detenía regularmente y se celebraba una corta ceremonia. Niños, vestidos con gracia, derramaban flores a lo largo del camino y la Sagrada Forma era llevada por sacerdotes
ricamente vestidos que caminaban bajo un palio de telas de plata. Formaban la procesión el Gobernador, autoridades y varios oficiales en uniforme, los niños de los colegios y los miembros de una o dos sociedades regionales llevando velas encendidas, todo seguido de un destacamento de caballería y Voluntarios de infantería.
El Tínima y el Hatibonico
L os ríos Tínima y Hatibonico, entre los que está situada la ciudad, no alcanzarían en los Estados Unidos la dignidad de arroyos, pero luego de fuertes lluvias crecen tan rápidamente que se desbordan de su cauces, como se demuestra en los dibujos que se acompañan. Durante mi estadía en la ciudad llovió a menudo y fuertemente. Y el Hatibonico en una ocasión no solamente se elevó sobre los arcos del puente, sino que se inundó fuera de su cauce y llegó hasta las calles cercanas. Ambos puentes están sólidamente fabricados de ladrillos.
Puente sobre el río Hatibonico
Junto al río Tínima la tierra es plana y llana. Cerca de él está situada la casa-quinta o casa de campo y la tenería de la familia Simoni, ahora usada como fuerte y guardada por un destacamento de Voluntarios, y que muestra las usuales evidencias del descuido y el vandalismo: cercas caídas, caballos paciendo en el jardín, aspilleras a través de las paredes, es decir, arruinándose gradualmente.
Puente sobre el río Tínima
Los Principeños
M uchos de los habitantes más ricos que no se han unido a la insurrección se han arruinado a consecuencia de ella, y el sufrimiento de pobreza es grande entre las clases dominantes. Durante las largas caminatas que hice alrededor de la ciudad, especialmente en los suburbios donde las casas son de pobre y miserable aspecto, daba tristeza ver a través de la puerta entreabierta a muchas personas acostadas en el suelo. Esperando por un comprador había también un racimo de plátanos, media calabaza, unas pocas frutas y tal vez media docena de huevos.
El número de niños harapientos o desnudos de todas las razas que encontré durante mi divagar era algo asombroso. Muchas de las mujeres se mantenían cosiendo las ropas de los soldados. El precio por hacer camisas era -en abril-, de $1.60 por docena, en moneda española, y la mitad debía ser tomado en mercancía. El General Figueroa, que recientemente ha asumido el Comando del Distrito, ha insistido en que los diferentes establecimientos deberían pagar $1.50 en efectivo por docena. Con el oro a $260.00 como está ahora, la miseria de tales salarios es evidente, más aún cuando se considera que un huevo cuesta 12¢, un dulce 20¢ y 30¢, un plátano 15¢ y 20¢, un bollo de pan 10¢, el azúcar a 25¢ la libra, la carne a $1 la libra, una gallina o un pollo a $3 ó $4, y así todo lo demás en la misma proporción. Es de maravillarse cómo la clase más pobre puede siquiera sobrevivir.
El Teatro Principal
C omo entretenimiento, durante mi estancia asistí a una función en el Teatro "Principal" y a varios bailes en el Casino Español.
La función fue ofrecida por un grupo de destacados aficionados para ayudar al fondo de soldados heridos. El teatro estaba bien lleno: oficiales españoles principalmente en la platea, unas cuantas señoras en los palcos, y la "milicia" en los pisos altos. A juzgar por el sonido hecho con los pies sobre el suelo -tablado de madera sin alfombra-, como si fuera un escuadrón de caballería, las cualidades acústicas del edificio son excelentes. El teatro tiene un exterior imponente, pero las puertas de entrada son desproporcionadamente pequeñas. Dentro, sienta casi a 1,000 personas, tiene cuatro balcones y es iluminado por lámparas de luz brillante, colgadas en brazos frente a los palcos. La obra representada se llamaba algo así como "Amor e Interés" y fue interpretada aceptablemente, pero la función no comenzó sino hasta las nueve.
Teatro Principal
El teatro fue fabricado en 1849 y construido todo de ladrillos. Abrió su primera temporada con una compañía italiana de ópera: Parodi, Corbesi, Alamo, Lorini, Patti cuando era niña, los tenores Tiburini, McCaferri, Misiani y otros. Se escenificaban dramas españoles con interpretaciones por Matilde Diez, Osorio, Valero, que en tiempos anteriores habían deleitado a los camagüeyanos amantes del arte. Pero con la guerra las cosas han cambiado. El teatro estuvo desierto por un tiempo y también fue utilizado alguna vez como barraca para los Voluntarios. El edificio muestra ahora signos de descuido en sus cortinajes, en el repello de las paredes, el techo roto, y vacíos los nichos que estaban adornados anteriormente con estatuas de dramaturgos españoles como Lope de Vega, Moratín y otros.
Las Fiestas de San Juan
E l baile principal del Casino había sido pospuesto varias veces a consecuencia de la lluvia y finalmente se realizó la víspera de San Juan. Este día, y de hecho durante todo el mes, se celebraban grandes fiestas en años anteriores, especialmente antes de la insurrección. La costumbre parece haber sido peculiar solamente a Puerto Príncipe. Lo describen como si fueran los carnavales de Roma, Venecia y París reunidos, y durante todo un mes. Las descripciones que se han hecho de las glorias anteriores del San Juan dejan pálido el fausto del Mardí Gras de Nueva Orleáns.
Bailes y fiestas que duran días enteros, cabalgatas, misas, comparsas de disfraces con motivos mitológicos o históricos, reuniones de todas clases, buen humor, alegría y buena armonía. El abundante y profuso despliegue de lujos y gastos hace de este mes el más alegre del año, y de Puerto Príncipe el lugar más divertido de la Isla. Pero ahora, ¡cómo han cambiado las cosas! La costumbre probablemente ha muerto para siempre. Yo no vi nada que se asemeje a la antigua festividad de este período.
Las bandas del Regimiento llevan trajes fuera de moda, con colores vulgares estampados y sombreros altos de papel, cómicos. Iban tocando y recolectando fondos para los compañeros heridos. Se celebraban pocas fiestas bailables en casas particulares. En cambio, los bailes del Casino eran muy concurridos, con profusión de uniformes españoles. Los vestidos sencillos de las señoras les daban cierto encanto, y noté muchas caras bonitas. Sin embargo, el Coronel dijo —luego de una crítica ojeada alrededor del salón a través de sus gafas—, que las más bonitas se han ido y que desde la insurrección no asistían al Casino Español por haber perdido parientes y amigos en la guerra. Por ello, como en todo lo demás, el San Juan estaba por ahora fuera de lugar.
El Casino Español
Casino Español
E l Casino Español o Club Español de Puerto Príncipe depende en cierta medida, como los restantes Casinos de la Isla (unos treinta y cinco en total), del Casino Español de La Habana. Como ellos, éste es considerado el centro representativo del elemento español, su lugar de reunión social y entretenimiento y, cuando la ocasión se ofrece, sitio para la expresión de opiniones políticas. Tiene salones para refrescos y billares en el piso principal y, en el segundo, una biblioteca, un pequeño escenario y espaciosos y buenos salones elegantemente amueblados, incluyendo dos pianos de cola.
Las paredes están decoradas profusamente con espejos de diez por ocho pies, con anchos marcos dorados. El rojo y el amarillo chillón de la bandera española aparecen en las marquesinas de las puertas y ventanas, así como en las cortinas. El escudo español sobresale en un lugar preferente. El salón principal está adornado además con una pintura alegórica que representa a la ciudad y con un retrato de un individuo de mirada muy fiera, lleno de galones y estrellas, que pertenece —según dijo el Coronel—, a Don Pedro Caso, un General que anteriormente mandaba el Departamento.
El Casino ocupa un edificio que fue propiedad y residencia de Salvador Cisneros, Marqués de Santa Lucía, ahora conocido como Presidente de la República Cubana. Antes había sido el local de la "Sociedad Filarmónica", la cual, con anterioridad a la insurrección, se distinguía por la posición elevada de sus miembros -principalmente de las familias cubanas-, y el mérito artístico de sus fiestas musicales y dramáticas.
La Sociedad fue suprimida ya que muchos de sus miembros se unieron a la insurrección. El edificio se utilizó en 1869 como hospital para los soldados heridos de las columnas del Coronel Lesca y los Guías de Rodas, un cuerpo de Voluntarios que actuaba como guardia personal del Capitán General Rodas. El Casino se estableció en 1870.
Trofeos exhibidos en el Casino Español
Después de ascender la escalera, lo que atrae la atención es una esquina del salón donde hay una espada en un estuche de cristal y un pequeño cañón, el que al examinarse se comprueba que está hecho de cuero. Al ser éstos los primeros trofeos que he visto, pensé que eran de suficiente interés como para merecer un dibujo. La espada es un simple pero pesado sable toledano de caballería, sin funda, y en el estuche de cristal donde está hay una tarjeta con la siguiente inscripción:
"Espada cojida al enemigo por el Batallón Peninsular Cazadores de Pizarro, al mando del primer Gefe Teniente Coronel, Don Juan Francisco Moya, en el potrero San Antonio de Consuegra, el día 11 de mayo de 1872, que el Excmo Señor Comandante General, Brigadier Don Pedro de Lea, contando con la venia del Excmo Señor Capitán General y satisfaciendo los deseos del Sr. T. Col. Moya, regala al Casino Español de Puerto Príncipe - Junio 13, 1872."
El cañón es como de unos tres pies de largo, de tres pulgadas de diámetro en la boca, una pulgada de grueso y hecho todo de cuero. Parece haber sido hecho ligando y torciendo bandas de cuero crudo alrededor de la pieza central, suavizada a todo lo largo del tubo y entretejida como una especie de tejido de canastas, hasta llegar a una pulgada de ancho, y finalmente unas bandas o simples aros de hierro añadidos para fijarlo a su cureña de madera. No muy formidable pieza en apariencia, pero capaz, con una pequeña carga, de disparar una bala o una granada a cierta distancia. El Coronel me informó que los insurgentes habían hecho cierto número de tales piezas, pero pronto les resultaron sin valor debido al deterioro y la pudrición del cuero. La pieza en cuestión, tal como se relata en una tarjeta anexa y con la misma grandilocuente fraseología, la capturaron del enemigo en el puente de Najas el 31 de diciembre de 1871, por el Batallón de San Quintín, comandado por el Col. Luis de Cubas, y obsequiado al Casino "en prueba de la unión que existe entre los españoles siempre que la defensa de su bandera esté a prueba".
El Casino tiene como unos 300 socios contribuyentes. Tanto el billar como los salones de café son muy frecuentados por los oficiales españoles, mientras que la biblioteca y el salón de lectura muestran evidencias de vergonzoso abandono.
Un paseo por Puerto Príncipe
Y o había invitado al Coronel a pasear con el fin de que me señalara los diferentes edificios públicos. Una agradable tarde contratamos una volanta de ruedas inmensas con un ridículo animalito de la especie de las mulas como motor de tracción, y un muchacho negro y andrajoso como cochero, y arrancamos.
Iglesia Mayor
H abía expresado mi deseo de ver varias iglesias y así, pues, comenzamos por ellas. Primero fuimos a la Plaza de Armas, cerca de la cual está el Casino Español. Después de pasar la Oficina de Correos y la Casa de Gobierno en nuestro camino, vimos la Iglesia Mayor o primera iglesia parroquial. Está en el mismo sitio de la primera iglesia edificada en la ciudad, destruida por el fuego en 1616 y reedificada en 1677, aunque sin ser completada hasta 1794. Actualmente se usa como hospital militar en donde hay cerca de 200 soldados enfermos y heridos.
Después fuimos al Convento de Nuestra Señora de La Merced en la plaza del mercado. Este Convento fue fundado en 1601, pero ahora se usa como barraca para soldados españoles. La iglesia es una de las mejores de la Isla y no fue terminada totalmente hasta 1759. Se jacta de tener una de las torres más altas entre las iglesias de Cuba. La única madera en su construcción está en las puertas y ventanas. Se reedificó y pintó en 1844. Posee piezas de plata de gran valor: un trono para Nuestra Señora y el Santo Sepulcro, los cuales vi que eran de mucho mérito artístico.
A la Iglesia de La Soledad, edificada en 1776, al estar cerca de nuestro hotel la podíamos ver diariamente, por lo que nos dirigimos a la Iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, edificada en 1794 y a la que en 1812 le fue agregado el Cementerio Público. Aquí dejamos el carruaje por un rato para ver, divertidos, los esfuerzos de un sargento de reclutas para enseñarle los misterios del paso de ganso a un torpe escuadrón de "libertos" o tropas negras, todos armados con el pesado "machete".
Iglesia del Cristo y puerta del Cementerio
También caminamos dentro del cementerio. Fui agradablemente sorprendido al ver la elegancia y el gusto de los mausoleos de los muertos, tan diferentes de las repulsivas hileras de osarios y nichos del Cementerio de La Habana y, por lo general, de todos los demás de la Isla. Mausoleos, figuras de mármol, lápidas esculpidas, tumbas en forma de mezquitas, columnas sobre las fosas rodeadas de cercas de hierro, epitafios inscriptos en las paredes de la iglesia y otros monumentos mortuorios, todos de buen gusto, hicieron, junto a la melancolía del susurro del viento a través de los altos pinos, una placentera impresión en quien esperaba encontrar los usuales y estereotipados osarios, uno encima del otro, en los receptáculos para cadáveres que prevalecen en otros cementerios de Cuba. Caminé alrededor y noté nombres tales como Agramonte, Agüero, Betancourt, Varona, Mora y otros suficientemente familiares en los anales de la insurrección cubana.
Después visitamos la Plaza de San Juan de Dios, donde está situada la Iglesia y Hospital del mismo nombre, edificada en 1728. Aquí, en mayo de 1873 y a la puerta del Hospital, como se muestra en el dibujo, fue expuesto por dos días como un trofeo de guerra y a la vista del populacho, el cuerpo del héroe cubano Ignacio Agramonte, muerto en batalla al frente de una carga de caballería en Jimaguayú el 11 de mayo de 1873.
Corría el rumor en ese tiempo de que el cadáver no fue enterrado sino quemado en el Cementerio la noche del 15 de mayo, después de haber sido saturado con petróleo y colocado en una pira funeral de madera. Pero yo no podía —ni siquiera me atreví a ello—, aclarar con certeza si la historia era verdadera. El Coronel, sin embargo, admitió que los soldados españoles eran —en un sentido práctico—, favorables a la cremación, y que en varias ocasiones habían quemado los cadáveres. Aclaró que siempre se había hecho por razones sanitarias.
Iglesia y Hospital de San Juan de Dios
Continuando el paseo, el Coronel señaló la residencia del Gobernador y la Comandancia General. Enseguida llegamos a la Plaza de San Francisco, con su iglesia fundada por los franciscanos en 1599. Todos los conventos y órdenes religiosas fueron suprimidos en 1842. Éste fue usado por un tiempo como barraca de infantería, pero ahora está dedicado a la educación y mantiene un colegio dirigido por los padres escolapios. En su campanario y ventana ondean banderas y gallardetes con vistas a un próximo festival religioso.
Iglesia de San Francisco
Dejamos la plaza, doblamos por varias calles estrechas y cruzamos el puente sobre el Hatibonico para seguir a lo largo de la ancha Avenida de La Caridad. Directamente a nuestra derecha estaba la pequeña —y ahora abandonada—, Iglesia de La Candelaria, edificada en 1806. La Caridad, por cuyo nombre es conocida la calle, es ancha, bordeada por mangos, con una acera estrecha y otra hilera de mangos y bancos por el medio.
En los portales de las casas, a nuestra derecha e izquierda, notamos las hamacas colgadas y las fogatas de una columna de soldados españoles que había venido la noche anterior y a la que habían alojado a lo largo del camino. Al final de éste, se encuentra la Iglesia de Nuestra Señora de La Caridad, erigida en 1809.
Iglesia de la Caridad
La iglesia está bien construida, situada en el medio de un gran espacio abierto en la plaza grande y pavimentada, y con hileras de mangos. Aquí está bien visto el asistir a Misa los sábados por la mañana, y un grupo de damas y sus admiradores guardan la costumbre.
Iglesia de San José
Ya de regreso, visitamos la Iglesia de San José, edificada en 1805 y situada cerca de la Plaza del Vapor y el Hospital Militar. Este último edificio, debido a su tamaño y propósito, atrajo mi atención y en ocasión posterior pude visitarlo y recorrerlo en toda su extensión. Albergaba en ese tiempo unos 1500 enfermos, la mayoría con fiebres y trastornos intestinales. Comparativamente había pocos heridos, pero muchos de los soldados estaban sufriendo de úlceras en los pies y piernas, producidas por la intemperie y las penalidades de las marchas. El edificio, aunque grande, parecía inadecuado para el número de enfermos, y el Gobierno se ha visto obligado a convertir algunos almacenes cercanos en hospitales auxiliares. A fines de junio había unos 1,700 enfermos en los hospitales.
Hospital Militar
A un lado de la Plaza del Vapor está la Estación del Ferrocarril, un verdadero barracón grande de madera y, al otro lado, la Cárcel Pública. Aquí estaba detenido y condenado por vida el americano Dockray bajo cargos de "infidencias". Tomé considerable interés en el caso de este caballero y averigüé los siguientes hechos:
Frederick A. Dockray
El Sr. F. A. Dockray, era un caballero que había ocupado varios cargos gubernamentales en los Estados Unidos, especialmente en la Florida, y que había llegado a Cuba en enero último en un viaje de negocios. A fines de ese mes, con espíritu de aventura y temeridad y olvidándose de las consecuencias, entró a escondidas en las líneas insurgentes. Luego de permanecer con ellos unos tres meses y estando constantemente con los jefes de la República Cubana e incluso presente en las batallas de Naranjo y Las Guásimas, donde se alegó que había tomado parte activa, pudo abandonarlos y se presentó por sí mismo el 3 de abril al Agente Consular de Estados Unidos en Nuevitas, que lo acompañó ante al Gobernador a fin de obtener un pasaporte para La Habana. Dockray fue arrestado y se le ocuparon varias cartas dirigidas a prominentes insurgentes en los Estados Unidos, hechos que lo comprometieron mucho. Se ordenó un Consejo de Guerra en su contra y fue condenado a muerte. Luego supe que el Gobierno Español había conmutado la sentencia a la pena inmediata inferior y que fue enviado a España para cumplir una sentencia de diez años en las galeras de Ceuta, a no ser que tenga la suerte de ser perdonado antes.
Frededick A. Dockray
Cárcel de Puerto Príncipe
Me cansé de estar viendo iglesias ya que todas tenían la misma apariencia y el Coronel me dijo que sólo quedaban por visitar dos o tres más. Luego de una ojeada a las Barracas de Caballería con su magnífica fila de laureles indios en el frente, y a la Beneficencia o Asilo de Expósitos, fundado por la dama Catalina Betancourt en 1791, nos dirigimos al Casino para darnos el lujo de una bebida helada. Después caminamos por la plaza escuchando la banda que allí tocaba. Por las tardes este lugar es muy frecuentado por las señoras y los oficiales españoles. Los civiles son escasos.
Los fuertes que rodean a Puerto Príncipe
P ocos días después acepté el ofrecimiento del Coronel para dar un paseo a caballo. En compañía de varios oficiales visitamos una mañana muy temprano algunos de los fuertes que rodean a Puerto Príncipe y que se dedican a custodiarla de los asaltos de los insurgentes, además de proteger las zonas de cultivo.
Cabalgando sobre el puente de La Caridad y a lo largo de la avenida, llegamos pronto al Fuerte Punta de Diamante, a media milla detrás de la Iglesia de La Caridad, en el Camino a Santiago. Este es un buen fuerte, grande y de alguna pretensión, rodeado por una palizada y una zanja y con una guarnición de 300 hombres. Está armado con una pieza de 16 libras y otra de 12 libras Krupp (* 4). Me dijeron que los insurgentes son tan atrevidos que en una ocasión llegaron tan cerca que un grupo de ellos atacó a un soldado que había salido fuera del fuerte por forraje y lo cortaron en pedazos con sus machetes, a la vista de sus camaradas. Luego se fueron al galope.
A través de varios trillos pasamos los fuertes Garrido y Respiro de Agramonte, cerca del Camino. Aunque llamados "fuertes", estas fortificaciones son en realidad pequeñas casas de bloques que albergan de unos veinte a cincuenta hombres. Llegamos pronto al fuerte Pueyo, pero no traté de explicar que ya lo había visto y que estuve a punto de ser encerrado en él.
Hacia el Norte de la ciudad está el fuerte Guayabo, con un Krupp (* 4) de 12 libras, y Rodas, ambos rodeados por zanjas y con guarniciones de unos cincuenta hombres. A través de dos millas o más por una vereda intrincada o trillo, llegamos al fuerte Polvorín, que se encuentra hacia el Oeste de la ciudad, cerca del Camino de La Habana. Antes de cruzar el Puente del Tínima, después de haber completado casi el circuito de la ciudad, pasamos un segundo fuerte Punta de Diamante, y luego de cruzar el puente llegamos a la Quinta Simoni, donde estaba estacionado un destacamento de Voluntarios.
Hacia el lado Sur de la ciudad hay dos fuertes: Serrano, de los Voluntarios, y un tercer Punta de Diamante, además de varios "fortines" o pequeños puestos fortificados. Pero como el sol estaba alto y caliente y nosotros mismos acalorados y hambrientos, dejamos los demás para otra ocasión y regresamos al "Hotel Español" para desayunar.
Los comentarios del Coronel sobre la insurrección cubana
P asaron varios días y como ya había concluido los negocios que me trajeron a esta parte de la Isla, hice los preparativos para regresar a La Habana. Tuve necesidad de presentarme en la Oficina de la "Comandancia Mayor" para visar mi pasaporte. Fui muy afortunado al encontrarme allí a mi amigo el Coronel, que me presentó al Tt. Col. Galbis, Jefe del Estado Mayor del Comandante General Figueroa y su mano derecha, un oficial muy agradable, caballeroso, muy talentoso y enérgico. Había además otros oficiales presentes fumando puros y meciéndose en balances. Tal parecía que yo había llegado acertadamente a una "tertulia", porque había una discusión animada que mi entrada interrumpió momentáneamente. Se trataba de los informes, entonces corrientes, que concernían a deserciones entre los insurgentes, la deposición de Salvador Cisneros y la asunción por Máximo Gómez a la Presidencia de la República Cubana, y los reportes de encuentros sangrientos ocurridos a consecuencia de ello entre las dos facciones, la de Gómez y la de Sanguily.
Como hasta aquí había tenido el propósito de refrenarme cuidadosamente de toda discusión sobre asuntos políticos y militares, había encontrado dificultad en obtener información sobre las mismas ya que los extranjeros suelen ser mirados con sospecha. Me consideré afortunado por tener la oportunidad de escuchar las opiniones lanzadas sin freno por aquellos que debían ser considerados como autoridades en la materia.
—"Es imposible para Gómez aspirar a ese puesto —dijo el Coronel—, él no es cubano y la Constitución de los insurgentes prohíbe a los que no sean nativos ser elegidos como Presidentes de la llamada República. Además, Salvador Cisneros, el tonto e iluso Marqués de Santa Lucía, sólo se llama a sí mismo "ad interim" o Presidente Actuante, en lugar de Aguilera. Máximo Gómez es dominicano y un doble traidor. Cuando España tuvo la guerra con Santo Domingo en 1864, Gómez traicionó a su país nativo y aceptó servirnos con el rango de Tt. Col. Estuvo en Cuba por un tiempo, y cuando la insurrección estalló —pensando que le ofrecía un campo mayor para su ambición—, se apresuró a unirse a ella. Su ideal es la gloria militar y el avance de la raza africana —de todos modos es medio negro— y si fuera posible que triunfara en sus intentos nefarios Cuba se convertiría en un segundo Santo Domingo o Haití, volviéndose africana y, de hecho, el dicho del General Lersundi probaría ser cierto: Cuba será toda africana cuando cese de ser toda española.
Si por alguna circunstancia fortuita, —supongamos esto para argumentar porque como hecho ningún buen español admitirá su posibilidad—, los enemigos de la integridad nacional tuvieran éxito en sus designios, y España, destruida por luchas internas y combatiendo contra abrumadora fortuna, se viera forzada a abandonar la Isla de Cuba… —aquí un murmullo general de disentimiento corrió alrededor del círculo—, …Supongamos esto para argumentar —insistió el Coronel—, los cubanos son absolutamente incapaces de gobierno propio y la anarquía surgiría eventualmente. El único remedio para su salvación y la continuación de su independencia sería la anexión a los Estados Unidos. En cualquier caso la esclavitud quedaría condenada y ¿cuál sería el resultado? Haití y Santo Domingo, tal vez con posibilidad de la repetición de las bárbaras atrocidades cometidas por los negros contra los blancos, o Jamaica, con su comercio, energía y agricultura gastadas hasta las semillas. Los negros son ya más numerosos que los blancos en Cuba y serían la raza principal una vez que les fuera otorgada la libertad. La República Cubana ya tiene garantizada la abolición de la esclavitud y si Cuba perteneciera a los Estados Unidos, la esclavitud —por supuesto—, no podría existir. El trabajo libre nunca florecerá. Si España quisiera realmente terminar la insurrección, déjenla abolir la esclavitud en Cuba; pero eso sería la inmediata ruina y pérdida de Cuba para España. Muy cierto, y ¿qué entonces? La esclavitud está condenada de todos modos, pero no mientras exista la presente situación. Yo veo sólo un remedio posible, y éste es: Cuba libre para los mismos españoles".
Aquí el Coronel abordó un punto delicado, la posibilidad de que los españoles en Cuba se incautaran de Cuba para ellos mismos y la seccionaran de la Madre Patria. Es hecho notorio que Prim, Topete y los líderes de la Revolución de 1868, si hubieran fallado en sus intentos de derribar al Gobierno, tenían la intención de establecerse en Cuba como un gobierno independiente. La Revolución de Septiembre en España y la Insurrección de Octubre en Yara se han supuesto como hechos sinónimos. Cuando el Coronel llegó a este punto de su arenga, una docena de voces ansiosas lo interrumpieron, por lo que no pude distinguir nada en la Babel de sonidos que surgieron.
Los comentarios del Tte. Col. Galbis, Jefe del Estado Mayor del Departamento Central
E l Jefe vio la oportunidad de pasar a una oficina interior para otorgar mi pase, por lo que perdí la continuación de los argumentos del Coronel, pero pensé que la doctrina de secesión era una "idea feliz" para Cuba.
Mientras el Jefe estaba ocupado firmando mi pase, noté en un sofá, en una esquina del cuarto, varias valijas de cuero o sacos de correspondencia, que me informó habían sido capturadas a los correos insurgentes. No pensé que fuera discreto preguntarle el destino de sus portadores, pero podía imaginarlo fácilmente. Abriendo y exhibiendo varios papeles, cartas e informes militares, me dijo sonriente que llamaba "sus novelas" a los contenidos de los sacos, porque antes de retirarse de noche generalmente leía un grupo de ellos y esto algunas veces le facilitaba información muy práctica, aunque sólo fueran unos pocos granos de trigo de una fanega en un granero.
Al ver que un mapa del Distrito —recostado sobre una mesa con otros más—, distraía mi atención, cortésmente me los mostró todos. Cada pie de tierra del Distrito parecía haber sido puesto en el mapa y que él mismo estaba muy familiarizado con todo. Señaló la posición de las tropas españolas, los puntos fuertes de los cubanos en las Sierras de Cubitas y Najasa y en el Chorrillo, donde dijo que se pudiera encontrar lo que quedaba del Gobierno Cubano. Aunque las columnas españolas han estado empleadas activamente por largo tiempo, y casi diariamente hacían reconocimientos en el Distrito, declaró que nunca podían encontrar sino unos pocos insurgentes luchando, y que el grueso de los cubanos —él aseguraba que el conjunto total era de unos tres mil en armas— se mantenía sin ser visto, porque desde los puntos elevados en sus campamentos podían distinguir continuamente la marcha de las tropas españolas y se esforzaban en mantenerse fuera de su alcance, a no ser que hubiera una oportunidad favorable para hacer una barrida sobre algún convoy indefenso y en la sorpresa del ataque hacer todo el daño que pudieran.
Me informó que Máximo Gómez estaba por la vecindad con unos 800 hombres y 200 jinetes, pero parecía que no deseaba probar su suerte otra vez en batallas campales después de sus derrotas en febrero último en Naranjo y Las Guásimas. No pensé necesario en absoluto el interrumpir al Jefe y decirle que tenía entendido que las noticias publicadas dieron la ventaja de esos encuentros a los insurgentes.
La política de los insurgentes es la de mantenerse estrictamente en una guerra de guerrillas porque no pueden permitirse el arriesgar sus hombres contra los españoles, mejor armados, y así esperan pacientemente por una oportunidad para caer sobre fuerzas menores que ellos. El 3 de julio ocurrió un encuentro de esta naturaleza, que de acuerdo a su propio informe oficial resultó en una pérdida para las tropas españolas de 77 muertos y heridos, de los cuales se me informó 56 habían sido cortados en pedazos por el mortal "machete". Parece que fueron de la guardia de un convoy que había llevado esclavos y provisiones a un campamento español cerca de San Antonio de Camujiro y al regreso del campamento fueron súbitamente atacados a milla y media de distancia de la ciudad por unos 200 miembros de la caballería insurgente, con el resultado ya mencionado.
El Jefe señaló también en el mapa las posiciones de las dos "Trochas" y explicó la construcción de la más oriental, desde Bagá a la Zanja, la que había sido completada hasta Guáimaro. La "Trocha" no es como generalmente se supone por la tradición de la palabra, una zanja, sino que implica una faja ancha y limpia a través de los casi impenetrables bosques y selvas de Cuba.
La "Trocha Oriental" se extiende desde San Miguel de Nuevitas a Guáimaro, una distancia de 20 leguas, y es un limpio de unas 40 yardas de ancho con una doble estacada a todo su largo. A cada kilómetro, o mil yardas, se ha edificado un fuerte o pequeño fortín, siguiendo la forma mostrada en los dibujos precedentes. A mitad del camino entre cada torre, como son llamados estos fuertes, están los "fortines" o reductos alunados, de los que hay 54 entre San Miguel y Guáimaro. Desde Guayo al río Jiquí han construido un ferrocarril de 12 leguas de largo.
Las dificultades de la construcción de la Trocha son muy grandes y obligan a mantener un gran contingente de trabajadores y constructores empleados continuamente en ella. Hay más de 3,000 hombres en la guarnición y protección de la línea.
El Jefe consideró errónea la política que originó la construcción de la Trocha de San Miguel a Guáimaro. En su opinión, la verdadera trocha debía haber sido de Puerto Príncipe a Santa Cruz, en la costa Sur, la que hubiera podido ser hecha en la misma dirección que la medio completada Trocha de Bagá, y tenía ya la línea del ferrocarril custodiada desde Príncipe a Nuevitas para su continuación a la costa Norte. Los hechos recientes han confirmado esta opinión, pues al escribir esto supe que debido a la presente estación de las lluvias las operaciones activas han sido suspendidas, y como medida estratégica el Gobierno ha abandonado el poblado de Sibanicú y la villa de Guáimaro y que ambos lugares fueron destruidos por sus habitantes, refugiándose en Puerto Príncipe. Los fuertes fueron volados y las casas incendiadas junto con una gran cantidad de provisiones del Gobierno.
El regreso a La Habana
L uego de agradecer al Jefe sus informaciones y gentilezas, regresamos a la otra sala donde la discusión de asuntos y cosas en general parecía continuar todavía en medio de una nube de tabaco y gestos exuberantes. Me despedí del Coronel y del grupo, y la mañana siguiente salí temprano en el tren para Nuevitas y esa misma tarde hacia La Habana en el vapor "Saratoga", que venía en su viaje de regreso desde Santiago de Cuba.
Nada hubo de especial interés que atrajera mi atención durante el viaje a La Habana, adonde llegamos en dos días, salvo las fantasías de un teniente alocado que gritaba prosaica patriotería para delicia de los pasajeros, y la retreta diaria de una magnífica banda. También, las penalidades de los soldados españoles enfermos y heridos que viajaban en la sección de las calderas y eran trasladados desde Santiago de Cuba a La Habana.
Así terminó mi viaje a Puerto Príncipe, y yo, contento de haber regresado a La Habana después de haber obtenido más conocimiento y una experiencia más amplia de la Isla y de las dificultades con que el Gobierno Español tiene que luchar para sofocar la insurrección en Cuba.
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(* 1) No está históricamente comprobado que éste fuera el primer lugar de Cuba visitado por Colón.
(* 2) Los historiadores concuerdan en que el pueblo fue trasladado a la villa india de Caonao en el año 1516. La fundación de la villa junto a los ríos Tínima y Habitonico, en el lugar que hoy ocupa, no se efectuó hasta el año 1528.
(* 3) En realidad ese honor corresponde a la línea ferroviaria entre La Habana y Bejucal, concluida precisamente en 1837.
(*4) Cañón de acero de una sola pieza, fabricado por la casa alemana del mismo nombre.
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