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>Documentos>El problema de Cuba no es un problema político
Dr. Guillermo Delmonte,
para Camagüeyanos por el Mundo.
Diciembre, 1997.

El pasado 21 de diciembre de 1997 circuló en la Internet, distribuida por «El Proyecto Cuba Prensa Libre», una carta abierta del Episcopado cubano, dirigida al Primer Ministro Fidel Castro, fechada el 4 de diciembre de 1960.

Esta carta fue publicada en Miami al mismo tiempo que su distribución en la red mundial por el diario El Nuevo Herald, con el título «¡La Iglesia cubana sí se manifestó!». El objetivo de esta publicación era demostrar que la Iglesia cubana no fue indiferente ante la tragedia que se cernía sobre Cuba. Esta carta abierta, sin embargo, adolece de un error terrible, cuyas consecuencias aún pagamos todos los cubanos. Veamos este párrafo de la carta:

«No habíamos querido escribirle antes oficialmente sobre estos temas, porque la Iglesia -que es y se siente madre de todos los cubanos, sea cual fuere su filiación política- no deseaba que ningún documento suyo pudiese ser interpretado como expresión de una actitud partidista, que no cuadrara bien con su misión, esencialmente religiosa y sobrenatural».

He resaltado con negritas el principio que esgrime la Iglesia para no haber escrito antes en contra de la dictadura que ya se establecía con firmeza en Cuba por aquellos días. Es este principio probablemente el que más daño haya hecho a la causa del esclavizado pueblo cubano; aún en nuestros días es esgrimido por quienes, de forma consciente o no, impiden cualquier acción en contra del desgobierno que detenta el poder en nuestra martirizada Patria.

Ese sentimiento de culpa, ese pedir disculpas por meterse en el terreno político, exhibido por la Iglesia en los primeros tiempos del periodo revolucionario, continúa haciéndonos un flaco servicio. Da pretexto a gobiernos, instituciones y organismos, para eludir la responsabilidad histórica y moral que tienen con el escarnecido y sangrante pueblo cubano, que desde hace 40 años suplica a una Humanidad fría y distante.

El problema cubano nunca fué un problema político. No fue ni es un asunto entre conservadores y liberales, ni entre republicanos y demócratas; mucho menos una diferencia entre demócrata-cristianos y social-demócratas. Ni siquiera una lucha entre el corrupto PRI y sus reivindicadores PAN y PRD (México).

Es mucho, muchísimo más. Es la confrontación entre dos filosofías diametralmente opuestas, una idealista y otra groseramente materialista. Es la lucha de Dios contra el ateísmo estéril y procaz. Esto bien lo sabía en 1960 -y lo sabe ahora- la Iglesia cubana. Es la democracia contra la esclavitud, es la preservación ecológica contra la bárbara deforestación de la Naturaleza; es la muerte contra la vida. La libertad contra la más abyecta degradación de la condición humana. El estado policial, salvajemente cruel, asesino e injusto, contra el estado institucional, justo y jurídicamente civilizado. Es la verdad contra la mentira estatal. Es, en suma, la lucha del bien contra el mal.

Y todo esto y mucho más, cuyo relato haría interminable esta relación, lo padece hoy, en los umbrales del siglo XXI, un pequeño país enclavado en el corazón de la América, para bochorno de gobernantes que, con su dejar hacer, por respeto a la «autodeterminación» y a la «no injerencia», permiten, en cómplice silencio, la agonía de un pueblo merecedor de un destino mejor.

¿Por qué, entonces, hablar de política?

Señores, aquí nadie habla de política.

¡Aquí nadie es político!

La política vendrá cuando Cuba sea libre y soberana. Mientras tanto, ahora, ¡hoy!, ayúdennos a ocupar el puesto que por derecho nos pertenece en el concierto de las naciones libres y civilizadas.