>Del saber>La memoria
Emilio A. Cosío R.,
para Camagüeyanos por el Mundo.
Septiembre 23, 2003.
La memoria es la facultad de recordar. Lo que se debe... y lo que no se debe. Que es casi siempre más interesante. Cuando se ejercita demasiado la facultad de recordar lo que no se debe, se está haciendo un uso indebido del cerebro. Que no es precisamente lo más saludable.
No hay que ser muy inteligente para memorizar. Todos los animales memorizan lo que les resulta en un premio. Aunque, por supuesto, esto no quiere decir que todos los que reciben un premio son animales. Aunque hay algunos que a veces lo parecen. Son los fuertes del esteroide. Que han logrado desarrollarlo todo. Menos el cerebro. Tampoco hay que confundir la memoria con la capacidad de adquirir conocimientos. Hay quienes son capaces de recitar de memoria una guía de teléfonos con diez mil listados y sin embargo, no han aprendido absolutamente nada. Porque recordar no es necesariamente aprender. Ni ser inteligente. Los loros lo repiten todo y no saben lo que hablan. Lo cual no es privilegio exclusivo de los loros. Todos los que hablan mucho son loros frustrados. Sin plumas de colores. Porque tampoco saben lo que hablan. Por eso transcurrido un rato escuchándolos nos damos cuenta que no estamos entendiendo nada. Pero nos esforzamos en aparentar una atención inteligente. Hasta que se nos escapa un pestañazo de sueño. O de aburrimiento. Que es peor. Y nos asalta la preocupación de que nuestro interlocutor se haya dado cuenta.
La memoria es como el desván o el cuarto de los tarecos, que llega el día en que no cabe ni uno más. Y hay que llamar al Goodwill o hacer un garage sale. Y es que el cerebro es una computadora a la que se le llena el hard disk y no admite ni un entry más. Recibe la información, pero no la guarda. Y llega con los años un día en que tenemos que arreglárnosla con lo que quedó grabado. Que con la repetición adquiere todas las características de un disco rayado; que se traba en alguna parte y hace que repitamos lo mismo indefinidamente. Y nos maravillamos de la buena memoria que tiene el abuelo y nos regocijamos por lo bien que está. Porque recuerda todo desde que tenía seis años. Y nos sorprende que se le haya olvidado lo que le dijimos hace seis minutos. Y que se olvide que nos ha contado el mismo cuento durante diez años seguidos, sin cambiarle punto ni coma. Y que para fatalidad nuestra, recordamos.
Hay viejos belicosos que recuerdan hasta el último trompón las broncas que ganaron en el colegio. Pero que nunca recuerdan aquellas en las que les abollaron un ojo. Y es que un ojo abollado es algo que el subconsciente borra para siempre. Porque es una vergüenza. Igual que el caerse de nalgas. Todo el mundo se ríe. Casi siempre nos reímos del ridículo. De otros. Contra el ridículo no hay defensa. Por eso se le teme tanto. Como a la trompetilla. ¿Es que existe algo más devastador que una trompetilla? ¡Dios nos ampare!
Los recuerdos se convierten en “memorias” cuando se escriben. Para que no se olviden. Lo cual es un contrasentido. Los recuerdos forman parte de nuestro presente y no son nunca el pasado. Porque influyen en nuestras vidas aunque no nos demos cuenta. De ahí aquello de que “recordar es volver a vivir”, que está en el presente.
Presente es también el grito con que se responde al pase de lista. Y que en el ejército debía de ser alto y fuerte. Masculino. Para que el sargento no preguntara quién era la niñita que había respondido. O le llamara mariquita. Que era lo mismo. Hoy en día, con las mujeres soldados y los que se han salido del closet, a nadie sorprende una vocecita en el pelotón. A los que se salen del closet se les llama esqueletos. Antes se les llamaba de otra manera. Pero ahora no hay quien se atreva. Porque viola la Primera Enmienda. Y los civil rights. Hoy se les llama con un vocablo parcialmente tomado de la nomenclatura científica: homo. Que quiere decir hombre. Lo cual no pega. Y se le añade sexual. Que pega demasiado. Lo cual no se entiende. Pero suena más respetuoso. Y por añadidura, el nombrecito le ha complicado la vida a los estudiosos de la evolución y del origen del hombre, que tienen que estar muy alertas para acordarse de no confundir al Homo sapiens con los otros homos. Que aunque también son prehistóricos, no se parecen. Porque no son tan rudos.
Hay viejísimos compañeros de bachillerato que hacen alarde de buena memoria recordando la Periplaneta americana. Que es el nombre con el que a alguien le dio la ocurrencia de llamar a la cucaracha. Conocimiento que nunca sirvió a la mayoría más que para pasar el examen. Y que nos puso a todos a competir con las cotorras.
En nombre de la cultura trataron de enseñarnos las Ciencias Naturales. Que es como si nos enseñaran a hablar latín. Conocimientos que no sirven más que a los científicos especializados en la materia y a los eruditos de la lengua. Los demás no tienen ningún uso para los nombres científicos de las especies. Ni para el latín. Que olvidarán por falta de uso. ¿A quién se le va a ocurrir decirnos: “¡Mira una Periplaneta americana! ¡Mátala! ¡Mátala!”? Y mientras averiguamos qué es lo que está diciendo, se nos va la cucaracha. Sería también interesante observar la cara del camarero al que ordenamos un enchilado de Homarus americanus, en vez de pedirle un enchilado de langosta. Los que tuvieron la idea de darnos cultura con la Ciencias Naturales olvidaron que la cultura dura lo que la memoria. Y que la memoria no usada es memoria borrada.
A veces nos encontramos con un amigo que no recordamos en absoluto. Y nos preocupa que el otro se dé cuenta que no sabemos quién rayos es. Y entonces le decimos que está igualito. Para que el otro vea que sí lo recordamos. Y la tensión se nos sale por los poros mientras estamos viendo a ver qué dice que nos dé una pista. Eso del igualito es un insulto bien intencionado. Si pasados cuarenta años alguien está igualito es porque nunca tuvo quince años. Y si le decimos que está igualito al que siempre estuvo consciente de su fealdad, estamos entonces restregándole la verdad en la cara. Y de la verdad se ha dicho que es más amarga que la muerte. Y si le decimos que está igualita a una dama que fue una belleza en su juventud, lo que en realidad le estamos diciendo es que jamás fue bella. Tampoco es prudente decirle que se conserva bien. Sólo de lo que es bien viejo puede decirse que se conserva. Que es lo mismo que decirle a alguien: “A pesar de lo viejo que es usted, no está tan mal”.
Hay quienes jamás recuerdan una cara. O los nombres. O ambos. El invento del papelito en la solapa o en el busto con el nombre en letras bien grandes evita muchas vergüenzas y sería casi la solución perfecta en las reuniones sociales si no fuera por lo difícil que es evitar que le noten a uno la mirada de reojo. O por las bromas pesadas que se les ocurren a algunos.
En una reunión de mi curso de graduados uno de ellos, muy cumplido, saludó efusivamente a una compañera diciéndole: “Oye, no has cambiado nada, te reconocí enseguida...”. Y ella le contestó: “Pues mira, no sé cómo, porque intercambié mi papelito con Fulana...”. Hay gentes que tienen una imaginación increíble para fastidiar a los demás. Fue algo macabro. Dejó al infeliz hecho leña... y sin escapatoria. ¡Qué momento!
Cosas de la memoria, que nos juega a veces muchas travesuras. Como cuando se confunde con el entretenimiento. Y le “levantan” a uno la pluma momentáneamente prestada. La pluma hay que prestarla sin el casquillo. Para que no puedan enganchársela en el bolsillo los entretenidos. De los entretenidos decíamos que estaban comiendo catibía. Nunca supe a qué sabía. Porque nunca la probé. Pero me lo decían cada vez que metía la pata. Y debe haber sido muy sabrosa. Porque parece que mucha gente la comía. Después los maleducados le cambiaron el nombre por el de otro plato que parece que no sabe bien. Porque nadie quiere comerlo. Y hasta se ponen bravos si les dices que lo están comiendo.
En un pueblo de gente tan lista como el cubano es natural que se inventaran las frases más hirientes para los entretenidos. Porque no me digan que no es una crueldad que también le pregunten a uno: “¿Usted es bobo, monta en burro o va a la valla?” Y todo porque el infeliz se entretuvo o se le olvidó algo.
Comentar acerca de la memoria es un tema inagotable. Limitado solamente por la memoria misma. Por eso, terminamos.
Copyright ©2004 Emilio A. Cosío R. Prohibida su reproducción total o parcial sin permiso expreso del autor.
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